La noche caía sobre la ciudad como un manto de terciopelo negro. En el sótano de uno de los clubes de Aleksandr, el aire se sentía denso, cargado de tensión y humo de cigarrillos. Siete hombres rodeaban una mesa rectangular donde un mapa de la ciudad estaba desplegado, marcado con círculos rojos y anotaciones en cirílico. Aleksandr, de pie en la cabecera, apoyaba ambas manos sobre la superficie mientras su mirada recorría los rostros de sus más leales.—Iván ha cruzado todos los límites —dijo con voz grave—. Ha atacado a mi familia, ha intentado destruir mis negocios y ahora quiere mi cabeza. Es hora de terminar con esto.Boris, su mano derecha, asintió mientras apagaba su cigarrillo.—Tenemos información de que estará en el almacén del muelle norte mañana. Aparentemente recibirá un cargamento importante.La puerta se abrió de repente. Todos los hombres llevaron instintivamente sus manos a sus armas, pero se relajaron al ver a Valeria entrar. Llevaba un vestido negro ajustado y el cabe

La noche caía sobre la ciudad como un manto de terciopelo negro. En el último piso de un edificio de cristal y acero, Iván Petrov contemplaba las luces urbanas desde su ventanal. Su reflejo en el vidrio le devolvía la imagen de un hombre calculador, con una copa de vodka en la mano y una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.El silencio de la habitación se rompió cuando la puerta se abrió. Luciana entró con paso seguro, su vestido negro ajustado contrastando con su piel pálida. Sus tacones resonaron sobre el mármol como pequeños disparos.—Todo salió según lo planeado —anunció ella, acercándose hasta quedar a pocos pasos de Iván—. Boris no sospechó nada. Es tan predecible... tan débil.Iván giró lentamente, estudiándola con mirada clínica.—Siempre supe que Boris sería útil por sus debilidades, no por sus fortalezas —comentó, dando un sorbo a su bebida—. ¿Qué le ofreciste exactamente?Luciana sonrió, un gesto felino que revelaba su naturaleza depredadora.—Lo que todos los hombres débiles

El regreso al penthouse había estado envuelto en un silencio tan denso que Valeria podía sentirlo presionando contra su piel. Aleksandr no había pronunciado palabra durante todo el trayecto, pero sus manos sobre el volante y la tensión de su mandíbula contaban una historia de control a punto de romperse.Ahora, tres días después, ese silencio se había transformado en algo más siniestro: vigilancia constante.Valeria lo sentía en cada rincón del penthouse. Los guardias que aparecían en lugares donde antes no estaban. Viktor, el jefe de seguridad, reportándose con Aleksandr cada dos horas. Las miradas penetrantes que él le lanzaba cuando creía que ella no se daba cuenta, como si intentara leer los secretos escritos en su alma.Era una jaula de oro que se cerraba lentamente, asfixiándola.—El desayuno está servido, señorita Montes —anunció el ama de llaves, interrumpiendo sus pensamientos.Valeria bajó al comedor, donde Aleksandr ya estaba sentado, revisando documentos en su tablet. Cuand

La sangre no dejaba de correr.En su pesadilla, Valeria estaba de pie en el salón donde Yuri había muerto, pero ahora el charco carmesí se expandía como un río vivo, trepando por las paredes, goteando del techo, llenando sus pulmones. Intentaba gritar pero la sangre ahogaba su voz. Intentaba correr pero sus pies estaban cementados al suelo.Y en medio de todo, Aleksandr la miraba con esos ojos grises vacíos, levantando el arma una y otra vez, cada disparo resonando como campanas fúnebres.Bang. Bang. Bang.Pero no era a Yuri a quien disparaba ahora. Era a ella. A su vientre hinchado. A su hijo no nacido.Valeria despertó gritando.Su cuerpo estaba empapado en sudor frío, sus manos temblaban incontrolablemente y su corazón latía tan rápido que dolía. El aire no llegaba a sus pulmones no importaba cuánto jadeara. Las paredes de la habitac

El penthouse de Iván Petrov estaba bañado en la luz azulada del amanecer cuando su teléfono sonó. Tomó el dispositivo sin prisa, una sonrisa fría curvando sus labios al ver el número.—Dime —ordenó, dando un sorbo a su café negro como la medianoche.—Yuri está muerto —informó la voz al otro lado—. Aleksandr lo ejecutó personalmente anoche. Frente a todos sus hombres... y frente a ella.La sonrisa de Iván se amplió, transformándose en algo verdaderamente siniestro.—Perfecto —murmuró, caminando hacia el ventanal que ofrecía una vista panorámica de la ciudad que pronto sería suya—. ¿Cómo reaccionó nuestra querida Valeria?—Quedó destrozada. Según nuestro informante dentro del departamento, ha estado encerrada en su habitación desde entonces. Y anoche... anoche escucharon gritos. Una discusión fuerte entre ella y Aleksandr.Iván rio suavemente, un sonido sin humor que habría helado la sangre de cualquiera que lo escuchara.—¿Lo ves, Elena? —habló hacia la mujer que emergía del dormitorio,