Cuando volví en mí, vi a Gustavo sentado en la orilla de la cama. Con la cara cansada, me miraba clavado.Al notar que despertaba, su tono, por primera vez, sonó un poco más suave:—Primero salvé a Livia —dijo—, porque su cuerpo es frágil y no habría aguantado otra cosa.Le contesté con la voz contenida, casi fría:—Lo sé.Él apenas se relajó un poco y luego siguió, en tono más bajo:—En unos días vas a tener que darle sangre a Livia, así que más te vale estar fuerte.Una amargura me apretó el pecho.Así que al final seguía ahí solo por miedo a que yo, la que le daba su sangre, llegara a fallar.Se quedó en silencio un rato y, al final, como queriendo calmarme, dijo:—De todas formas, le prometí a tu madre que te iba a cuidar. Aunque haga la ceremonia con Livia, voy a seguir cuidándote.Apenas levanté un párpado y pensé para mis adentros: "Qué lástima. Ya no lo necesito."Después de ese día, Gustavo no volvió a aparecer.Tramité mi alta yo sola y, al salir al pasillo, vi que llevaban u
Leer más