"Los molinos del señor muelen lento, pero muelen muy fino." Antiguo proverbio árabe. Roberto avanzó con paso firme hacia Ximena, sus ojos oscuros reflejaban una furia contenida. Lula, parada cerca, sentía cómo el aire se volvía espeso, cargado de una tensión casi palpable. El salón, que hasta hace unos momentos estaba lleno de voces y risas, ahora parecía sumido en un silencio incómodo. Todas las miradas se centraban en ellos. —Ximena —dijo Roberto, su voz baja pero cortante, tan afilada que pareció cortar el aire a su alrededor. Ximena, que normalmente mantenía una actitud firme, esta vez no pudo evitar que el miedo la atravesara. Se notaba en sus ojos, en su postura rígida, como si cada fibra de su ser quisiera huir, pero sus pies estaban anclados al suelo. —¿Qué haces aquí? —murmuró ella, como si el simple hecho de pronunciar esas palabras fuera una forma de repelerlo. Lula sintió cómo su corazón se aceleraba, el pulso martillando en sus oídos. Las piezas no encajaban, no entendía 
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