Pauline despertó lentamente, con los ojos pesados y la cabeza pulsando. A su alrededor, la confusión y el caos reinaban, pero todo lo que podía pensar era en una sola cosa. —Marilia… ¿Dónde está Marilia? —preguntó con la voz temblorosa, sus manos aferrándose al brazo de Brad, buscando apoyo mientras trataba de incorporarse. Brad, aún perturbado por lo que acababa de suceder, apretó los labios, su mirada llena de angustia. —Se la llevó... Ese hombre se la llevó —respondió con la voz baja, apenas contenida por la impotencia que sentía en ese momento. Los ojos de Pauline se abrieron de par en par, la desesperación llenándolos de nuevo. El vacío que había sentido por tantos años regresó, esta vez con una fuerza devastadora. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras sus manos temblaban visiblemente. —¡Tienes que ir tras ella, Brad! ¡Ve, no la dejes ir! —gritó, con una mezcla de rabia y pánico. Su voz era un eco quebrado de lo que solía ser, pero aún cargaba una orden que su hijo no podía