Elías Thorne se quedó inmóvil en el centro del salón de baile, el silencio a su alrededor era más ensordecedor que cualquier grito. La gente, en un bochorno colectivo, se dispersaba, dejando solo a los miembros del Consejo de Ancianos, la élite de su manada, con sus rostros arrugados por la decepción y el reproche. El líder del consejo, un anciano de cabello plateado llamado Tiberio, se acercó, sus ojos de un azul pálido, casi translúcidos, fijos en los de Elías.—Has deshonrado a la manada, Elías —la voz de Tiberio era un murmullo helado que resonó en el vacío del salón—. Te has dejado humillar por una humana y un traidor.Un gruñido bajo brotó de la garganta de Elías. La ira bullía en sus venas, pero la mantuvo bajo control. Él era el Alfa. Él no se doblegaría ante la crítica.—No me he dejado humillar, Tiberio —su voz, aunque baja, tenía la fuerza de una roca—. He demostrado contención. La humillación no es mía, es de Kiam, que ha demostrado ser un cobarde y un mentiroso. Ariadna,
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