El caballo retomó el paso, un trote constante que hacía vibrar el suelo bajo ellos. La capa de lana gris, pesada y áspera, se convirtió en un refugio sofocante. Elara respiraba con dificultad, tomando bocanadas cortas para no llenar sus pulmones con el aire que compartía. Se aferraba al sonido de los cascos sobre la tierra húmeda, como si ese ritmo pudiera sostenerla. Pero era imposible ignorar el cuerpo de Keith, pegado al suyo, envolviéndola por completo.Sus manos, firmes en las riendas, rozaban los costados de Elara como si marcaran los límites de su escape, sus fuertes brazos eran como su barrotes. Con cada zancada, sus muslos se movían contra los de ella y cada roce parecia ser una insinuacion. La capa, que parecía protegerlos de la lluvia, se volvía una prisión. El olor a tierra mojada, a caballo, y a la colonia de Keith llenaba el espacio entre ellos.Sin decir nada, Keith movió el brazo izquierdo, no la abrazó, pero usó el borde de la capa para presionar su cintura, empujándol
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