Capítulo 23

El aire frío cortaba la cara de Elara como cristal, pero el calor que emanaba del cuerpo de Keith, la pared viva que la protegía del viento aullante, era sofocante. La velocidad del galope era una locura imprudente, un castigo que él disfrutaba; sus ojos, llorosos por el viento, veían el suelo pasar en un borrón de tonos verdes y marrones. Estaba aterrorizada, convencida de que su inexperiencia terminaría con ambos rodando por la hierba. Se aferraba a la chaqueta de Keith con la fuerza de la desesperación, sus nudillos blancos por la presión.

De repente, un bache o una roca oculta desestabilizó al animal. El caballo tropezó, y Elara sintió cómo su cuerpo se deslizaba hacia un lado, perdiendo el centro de gravedad. Un grito ahogado se quedó atrapado en su garganta. Justo cuando sintió el vacío y la certeza absoluta de la caída al suelo helado, Keith actuó.

De forma instintiva, Keith soltó ligeramente una rienda y su brazo izquierdo se movió como un látigo, rodeando la cintura de Elara.
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