—¿Y qué? ¿Viniste solo? ¿Tu esposa no vino?Iván se recostó en la silla con su postura relajada de siempre. Hablaba con un tono tan despreocupado que, aun así, no sonaba fuera de lugar en un restaurante tan fino.—Ella no está, lo sabes bien —Román se sentaba muy derecho, con las manos colocadas de manera impecable, la izquierda sobre la derecha. Todo lo contrario a la actitud de Iván.Iván levantó una ceja.—Cierto, aunque me da que ni tú, como esposo, sabes dónde está, ¿verdad?Eso… ¿no era echarle sal en la herida?Y, además, con ella presente, ¿cómo podía hablar así sin importarle lo que sintieran los demás? Aunque fuera su propio hermano, no tenía por qué ser tan grosero.Raina volteó un poco para mirar a Román. En su cara no se veía nada raro, pero parecía más serio que antes.—Delante de tu esposa, al menos podrías dejarme un poco de dignidad —dijo Román, tratando de quitarle tensión al momento con humor.Raina se sintió avergonzada y, bajo la mesa, rozó con la punta del zapato
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