GIULIA El aire de la mañana olía a tierra húmeda y a flores recién cortadas. Los rayos del sol aún eran suaves, pero no lograban calentarme el pecho. Crucé el jardín con pasos lentos, buscando un poco de calma, un respiro que me ayudara a ordenar la maraña de pensamientos que me consumía. Sin embargo, lo que encontré fue otra sombra.Fiorella estaba arrodillada frente a un pequeño rosal, hundiendo sus manos en la tierra como si buscara refugiarse en ella. Sus dedos, antes finos y cuidadosos, se movían ahora con torpeza, apagados, como si cada movimiento le costara demasiado. Incluso su ropa me sorprendió: colores grises, apagados, cuando ella siempre había sido un estallido de tonos vivos, de telas ligeras que reían con el viento. Ese contraste me golpeó más fuerte que cualquier palabra.Me acerqué despacio y me arrodillé a su lado. El suelo estaba frío bajo mis rodillas, pero no me importó. —Voy a ayudarte a plantar —le dije, hundiendo mis manos en la tierra con torpeza, tratando d
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