El escándalo del recital de Isabelle Dubois se extendió como una mancha de aceite sobre la reputación de la Fundación Aurora. Los ecos del "incidente", magnificados por el artículo de la fuente "médica anónima", resonaban en los pasillos del poder y la filantropía londinenses. Las donaciones, que habían fluido de manera constante, se estancaron. Las miradas que recibía Olivia en los eventos ya no eran de admiración, sino de un morboso interés, como si fuera una pieza de museo a punto de desmoronarse. La duda, ese virus social, había encontrado un huésped perfecto en la narrativa tejida por Beatriz.Dentro de la Fundación, la atmósfera también había cambiado. Los residentes, aunque solidarios en su mayoría, miraban a Olivia con una cautela nueva. Algunos, los más inseguros, empezaron a cuestionar en privado si su lugar en ese paraíso artístico era tan seguro como creían. Isabelle Dubois, tras su explosión, había sido ingresada en una clínica privada para recibir tratamiento. Su ausenci
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