Como si fuera alguna convención que tenía como finalidad encender la curiosidad de muchos, se pudo ver la llegada de algunos Crown más, quienes hicieron que Salomé se preguntara lo que estaba pasando.Aun así se reservó preguntas. No podía dejar libre la inoportuna indiscreción. —¿Ese no es tu suegro? —al escuchar a Vito, Salomé observó al instante hacia la entrada, con la puerta giratoria, donde aparecieron dos hombres que llevaban los años con una dignidad que incluso intimidaba. Aaron y Marcelo se mantenían impecables, había más fuerza que fragilidad en su porte.No supo qué contestar, porque, en realidad, ¿qué hacían todos ahí?La boca la sintió adormecida. Sus dedos anclados en los zapatos que la sostenían para dejar la sofocación que aplastaba sus pulmones.Tal vez saludar era una gran idea. Le correspondía hacerlo, de hecho, pero en realidad, para acercarse a uno de ellos, en ese momento no se sentía preparada. Dejó que el asistente, o lo que fuera el tipo de traje que cargaba

—En nuestro proyecto no entran las especulaciones ni los espectáculos— expuso Lang. —Simple y sencillamente porque creemos que la atención de la ciudadanía no se capta con una pelea de egos.La prensa sentía que se bañaba en oro al estar presente en la presencia de Richard en la tarima, donde era claro que esas palabras tenían destinatarios y, no eran los presentes. Richard alzaba la voz, junto a su esposa que aún se mostraba reacia a perdonar lo que había hecho. Porque lo supo de mala manera que habían capturado a su hija. Un hecho imperdonable de su esposo.Aunque Richard le hizo grabarse en la cabeza que el bienestar de Gillia dependía de lo perfecto que hicieran todo en escenario. En pleno apogeo, aunque quería gritar que la ayudaran a encontrar a su hija, solo pudo sonreír y actuar como la esposa perfecta. Todo el mundo tenía una máscara, algunos por desespero como ellos, debían hacerlo mucho mejor. A kilómetros de ahí, Marcelo había decidido acercarse a la mujer que sentía qu

La sala entera era un zumbido de órdenes y pantallas, mientras que donde el candidato se encontraba no era distinto.—Llegaron— informó Hermes, desplazando los dedos por el IPad que retransmitió las últimas grabaciones antes del hecho que tenía a todo Manhattan en alerta. El sonido táctil del archivo recibido y abierto fue lo único que se escuchó en la sala. Hermes lo proyectó en la pantalla principal del salón. Todos giraron hacia el muro donde el video comenzó a reproducirse con una claridad.Las cámaras térmicas mostraban figuras masculinas descendiendo por el estacionamiento del club a las 15:07. Trajes de mantenimiento, cascos y mochilas luego de un alerta de fuga salida del mismo club. No se captó improvisación en sus movimientos, fueron tan sutiles como para no causar otra impresión ante la seguridad ni desconfianza al tener conocimiento sobre el trabajo que fue monitoreado los primeros minutos.No querían levantar sospechas. —Ahí— señaló Adrián, avanzando unos pasos hacia la

Los vehículos se movilizaron con rapidez, saliendo del hangar y perdiéndose en la oscuridad con luces bajas y el tiempo en su contra, ya que en casa de Moisés, Livia sentía que sus pulmones ardían después de expulsar el agua al poder respirar apenas. La vista se le distorsionó, sus pulmones quemaban, aunque no había fuego recibían golpes de oxígeno. Sus rodillas se flexionaron, pero sus uñas se desgarraron al sujetarse firmemente de la tina, en la que fue imposible no resbalar.Y ante todo el escenario infernal al cual era sometida, solo el nombre, el rostro y el llanto de su hijo reverberaba en su cabeza. Cada sentido respondía únicamente a la orden de no desfallecer. —Siendo justos, esto no me lo pidieron— dijo el asesor de Lang al alzarle el rostro pálido, debido al frío y el terror de morir dejando a su hijo desprotegido. —Pero me agrada ver la vida convirtiéndose en polvo. Le da un sabor extrañamente delicioso.Livia tosió el nombre de su hijo. Mientras este lloraba en la cama.

Johan abrió la puerta que estaba con la cerradura descompuesta, hallando prendas mojadas en el piso, platos vacíos y biberones llenos. Ahí había estado Livia. Ya no estaba en la casa, eso era claro. Y no tenía tiempo para averiguar más cuando el cronómetro seguía su curso. No la encontraría de todos modos, porque Livia avanzaba por la carretera oscura, con el alma hecha pedazos y el corazón golpeando como un tambor de guerra de la que quería huir, pero estaba en ella. No podía huir. Miraba a cada rato sobre su hombro, temiendo ser encontrada, pero lo único que veía era la negrura del asfalto, rota por el parpadeo intermitente de una farola moribunda. El frío mordía sus tobillos desnudos; los pies, entumecidos dentro de zapatos desgastados la hicieron detenerse, tragar saliva y continuar. Todo su cansado cuerpo le gritaba que se detuviera, pero la voz dentro de su cabeza, esa que sonaba como la de Valente, le ordenaba seguir.Tenía hambre. Estaba agotada. Su hijo lloraba débilmente c