El tiempo perdió significado en la habitación del Amo. Podrían haber sido minutos o una hora entera. Ivanka dormía sobre el pecho de Aston, agotada por el llanto convulsivo, por la tormenta química y emocional. Su respiración era superficial, irregular, a veces entrecortada por un pequeño sollozo residual que estremecía su cuerpo delgado.Aston permanecía inmóvil, un monumento de carne y conflicto bajo el peso de su cautiva. Un brazo cruzado detrás de su propia cabeza, los ojos fijos en el dosel negro de la cama que se perdía en la penumbra del techo alto. El otro brazo, el que la rodeaba, trazaba círculos inconscientes, casi protectores, en la espalda desnuda de Ivanka. La piel bajo sus dedos era suave, cálida, marcada por las sombras de moretones antiguos y la huella fresca de su dominio.«¿Qué mierda estoy haciendo?»La pregunta resonó en su mente con la fuerza de un disparo en una catedral vacía. No era la primera vez que se la hacía desde que esa maldita rusa había entrado en su

La conciencia regresó como una marea negra y viscosa, arrastrando consigo fragmentos de dolor, humillación y un zumbido eléctrico que aún reverberaba en sus nervios. Ivanka abrió los ojos, la visión borrosa al principio, ¿En qué momento había pedido la consciencia?... Ni siquiera lo sabía.No estaba en su habitación. No estaba en la cama de Aston.Estaba de pie, los brazos extendidos y encadenados a una estructura de acero pulido que imitaba macabramente una cruz moderna. Las esposas de metal frío mordían sus muñecas, suspendiéndola apenas para que las puntas de sus pies rozaran el suelo frío de cemento. El esfuerzo mantenía sus músculos en tensión constante, una tortura sutil que ya empezaba a quemar.Miró a su alrededor, el horror creciendo como hielo en sus venas. El cuarto era amplio, iluminado por luces frías empotradas en el techo alto. Pero no era una habitación. Era un santuario del dolor.Las paredes estaban forradas de estantes metálicos repletos de instrumentos que brillaba

El frío del acero era el único compañero fiel de Ivanka.Encadenada a la estructura cruciforme en el santuario del dolor de los Voloshyn, los brazos extendidos hasta el límite del desgarro, la conciencia flotaba en un mar gris entre el agotamiento y la pesadilla.Cada músculo era un nudo ardiente, cada respiración un esfuerzo. Las lágrimas se habían secado, dejando surcos salados en sus mejillas, pero el dolor interno, la certeza de la traición y la pérdida de Aston, era un pozo sin fondo.La pesada puerta de acero se abrió con un chirrido siniestro, rompiendo el silencio opresivo. Gregory entró tambaleándose, su impecable traje de lino claro ahora arrugado y manchado, el olor a alcohol y drogas precediéndolo como una nube tóxica. Sus ojos azules, inyectados en sangre, brillaban con una excitación febril y desenfocada. Una sonrisa torcida, húmeda, le deformaba los labios.— ¿Me extrañaste, pequeña puta? — su voz era un arrastrar de sílabas, cargada de una familiaridad repugnante. Avan

La habitación del Amo respiraba muerte y poder. El mismo aire, cargado aún con el fantasma de Aston Voloshyn y la violencia reciente, parecía oponerse a su entrada.Gianni cruzó el umbral con Ivanka en brazos.La depositó suavidad en el colchón de seda negra, Ivanka se sentó rígida, no acostándose, las piernas recogidas contra el pecho.Su mirada estaba fija en algún punto del lujoso tapiz de la pared opuesta, pero Gianni sabía que no veía los hilos dorados ni los motivos oscuros. Veía caras desgarradas, sangre salpicando nieve, el rostro de Alena destrozado por su propia mano. Sus manos, pálidas y finas sobre sus rodillas, temblaban levemente, un temblor constante, casi imperceptible.«Es el shock» pensó Gianni, el corazón apretándose en su pecho. «El terror acumulado»Se arrodilló frente a ella, la altura de la cama poniéndolos casi a la misma altura. Su mano, grande y aún manchada de polvo y su propia sangre seca, se posó con infinita delicadeza en su mejilla, apartando un mechón d

La primera luz del amanecer, un gris pálido y frío, se filtraba por el enorme ventanal del despacho, iluminando el perfil de Gianni, quien seguía pie junto al ventanal.Los pasos cautelosos de César resonaron en el silencio del despacho. El joven napolitano se detuvo a su lado, su rostro marcado por la batalla: un labio partido que apenas comenzaba a cicatrizar, un moretón violáceo que le cubría media mejilla izquierda, vendajes asomando bajo la manga rasgada de su camisa táctica. Respiró hondo, el esfuerzo evidente en su postura.— Giorgetti — dijo, su voz ronca por el polvo y la fatiga —. Ahora... ¿qué sigue?Gianni no giró de inmediato. Su mirada verde siguió escudriñando las ruinas humeantes, como si pudiera ver el futuro levantándose entre los escombros.— Comenzar con la reconstrucción de la ciudad — respondió, su voz un rumor grave y firme que llenó la estancia. — Organizar equipos, despejar escombros, asegurar suministros. Restablecer el orden básico — hizo una pausa — Y organ