Nant se detuvo frente a la imponente puerta del departamento de Yago, su mano levantada, a punto de presionar el timbre. El eco de las palabras del chofer resonaba en su mente, la oscura historia de Belem y el peso de su propia misión. Había respirado hondo, preparándose para el encuentro, para la tensión, para el dolor que seguramente embargaba a Yago.Pero antes de que sus dedos rozaran el frío metal, la puerta se abrió. No hubo sonido de cerrojo, ni el crujido familiar de la madera. Simplemente, se abrió, revelando la penumbra del interior. Nant dio un respingo, espantada ante tal situación. Una punzada de terror heló su sangre. Sabía que Yago no vivía con nadie más en esa casa, y en la crisis actual, era impensable que tuviera visitas.Por un momento aterrador, su mente saltó a la peor conclusión. Pensó que era Belem. La imagen de Yago, acorralado y desesperado, cediendo finalmente a las extorsiones, a las fotos, videos e insinuaciones más viles, la golpeó con la fuerza de un puñe
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