LunaLa luz del amanecer se filtraba por las cortinas de mi habitación mientras yo permanecía despierta, contemplando el techo como si contuviera todas las respuestas que necesitaba. Llevaba horas así, incapaz de conciliar el sueño, con la mente repleta de pensamientos contradictorios que me atormentaban.Leonardo Santoro. Su nombre resonaba en mi cabeza como un eco interminable. El hombre que había irrumpido en mi vida con la fuerza de un huracán, alterando todo a su paso. El hombre con quien había firmado un contrato matrimonial que ahora me parecía una jaula de oro.Me incorporé en la cama, frustrada. Las reglas habían sido claras desde el principio: un matrimonio de conveniencia, sin sentimientos, sin complicaciones. Pero algo estaba cambiando dentro de mí, y me aterraba reconocerlo.Tomé mi teléfono y revisé los mensajes. Leonardo me había escrito anoche, solicitando mi presencia en su despacho a primera hora. "Tenemos que hablar sobre los próximos eventos corporativos", decía es

MateoEl mensaje llegó cuando menos lo esperaba. Estaba revisando unos planos para el nuevo proyecto de Leonardo cuando mi teléfono vibró sobre la mesa. Un número desconocido. Normalmente lo habría ignorado, pero algo me impulsó a abrirlo."Sabemos quiénes son realmente. Los hijos de Ernesto Vega no deberían jugar con fuego. Dile a tu hermana que se aleje de Leonardo Santoro o todos pagarán las consecuencias."Sentí que el aire abandonaba mis pulmones. Miré a mi alrededor, como si el remitente pudiera estar observándome desde algún rincón de la oficina. Pero solo estaba yo, con el peso de aquellas palabras hundiéndose en mi pecho como plomo.No era la primera amenaza. En las últimas semanas habían llegado tres más, cada una más explícita que la anterior. Al principio pensé que era algún competidor celoso de Leonardo, alguien que quería sabotear su matrimonio con Luna. Pero esta vez mencionaban a nuestro padre. Esto era diferente. Esto era personal.—¿Todo bien, Mateo? —La voz de Claud

LeonardoEl silencio de mi despacho me asfixiaba. Llevaba horas mirando la misma página de un contrato sin leer una sola palabra. Mi mente estaba en otro lugar, con ella. Con Luna.Apreté el puente de mi nariz y cerré los ojos. El recuerdo de su rostro, de sus ojos heridos cuando descubrió la verdad, me perseguía como un fantasma. Yo, Leonardo Santoro, el hombre que había construido un imperio con sus propias manos, me sentía completamente impotente.—Señor Santoro —la voz de mi asistente interrumpió mis pensamientos—. ¿Necesita algo más antes de que me retire?—No, Claudia. Puedes irte.Cuando la puerta se cerró, me levanté y caminé hacia la ventana. La ciudad se extendía bajo mis pies, millones de luces que brillaban en la oscuridad. Todo lo que veía me pertenecía de alguna manera. Edificios, empresas, acciones... pero nada de eso importaba ahora.Mi teléfono vibró. Era un mensaje de Mateo: "Necesitamos hablar. Es sobre Luna."Sentí que mi corazón se aceleraba. ¿Le había pasado algo

LeonardoEl cristal del vaso se quebró entre mis dedos. No fue por la presión de mi mano, sino por el impacto de la bala que rozó el borde antes de incrustarse en la pared detrás de mí. El whisky se derramó sobre mi camisa mientras me lanzaba al suelo, buscando cobertura detrás del sofá de mi despacho.Tres disparos más atravesaron el ventanal. Los fragmentos de vidrio llovieron sobre la alfombra persa que había comprado en Dubai el año pasado. Qué ironía. Siempre pensé que moriría en una sala de juntas, no en mi propio santuario.—¡Leonardo! —La voz de Ramírez, mi jefe de seguridad, sonó desde el pasillo—. ¡Quédese abajo!Pero algo no encajaba. El tirador había disparado desde un ángulo imposible para alguien que no conociera el edificio. Las cámaras de seguridad. Los protocolos. Las rutas de escape.Traición.Me arrastré hacia el escritorio, donde guardaba una pequeña pistola. Nunca había tenido que usarla, pero siempre supe que este día podría llegar. El imperio Santoro tenía demas

LeonardoEl amanecer se filtraba por los ventanales de mi despacho mientras revisaba los últimos informes financieros. Había pasado la noche entera trabajando, reorganizando el imperio que casi se me escapa de las manos. No por amenazas externas, sino por mi propia incapacidad para entender lo que realmente importaba.Froté mis ojos cansados y me serví otra taza de café. El líquido negro y humeante me recordó a esas noches de soledad que habían sido mi única compañía durante años. Ahora todo era diferente. Ahora tenía algo que proteger más allá de los números en una cuenta bancaria.El sonido de unos pasos me sacó de mis pensamientos. Luna apareció en el umbral de la puerta, con el cabello recogido en una coleta alta y un traje sastre que la hacía parecer la ejecutiva que siempre había sido, aunque yo me hubiera empeñado en no verlo.—¿Has dormido algo? —preguntó, acercándose a mi escritorio.—El sueño es un lujo que no puedo permitirme ahora —respondí, señalando la montaña de documen