Capítulo 31La boutique exclusiva estaba envuelta en un silencio elegante, con alfombras mullidas y música instrumental de fondo. Jazmín no tenía idea de que aquel lugar era una de las tantas propiedades silenciosas de Nathaniel Luther. Para ella, era solo una tienda más de lujo donde Amie, caprichosa y animada como siempre, la había arrastrado.—Este vestido púrpura tienes que probártelo —dijo Amie, extendiéndoselo con entusiasmo.Jazmín frunció el ceño.—Es demasiado pequeño, le falta tela, Amie —hizo una mueca mirando desaprobadoramente a Amie.Jazmín no se vestía como una monja, pero tampoco como una puta esperando servicio.—Pequeñas mis lolas —bufó Amie—. Entra al probador. Te espero afuera, vive un poco. Libérate.Jazmín suspiró resignada y entró, probárselo no es comprarlo. El vestido era realmente hermoso, pero como lo pensó, el cierre se atascó a mitad de camino, ya que la tela le quedaba como una segunda piel. Intentó varias veces, luchando con los dedos, hasta que soltó:

Capítulo 33El día había sido largo. Demasiado.Jazmín —o más bien, Cassandra Ravenshire, como el mundo ahora la conocía— se quitó los tacones y subió las escaleras con las manos vacías, sabía que había dejado el vestíbulo aún llenas de bolsas del centro comercial. Su mente quería paz, pero su pecho cargaba una inquietud silenciosa que no sabía de dónde venía.Antes de abrir la puerta de su habitación, una de las chicas de servicio se acercó a ella con un estuche negro.—Señorita Ravenshire, le llegó esto hace unos minutos, la señora Rose me dijo que se lo entregara directamente a usted —habló suave con una sonrisa amable, pero el logo plateado del estuche la paralizó.—¿Quién envió esto? —preguntó confundida.—No lo sé, era un delivery exprés y esos no requieren firma o destinatario —comenta la chica— son de esos que llamas y van en moto o bicicletas, están siendo muy populares hoy en día para entregar documentos y esas cosas —explica.Ella lo tomó, pero enseguida quiso soltarlo, pre

Capítulo 35La tarde era templada y en el invernadero de la mansión Ravencroft flotaba el dulce aroma de jazmines recién florecidos. El té humeaba en tazas de porcelana con bordes dorados, dispuestas con precisión sobre la mesa de cristal.Jazmín, con su bata de seda azul oscuro y las ojeras apenas disimuladas con un leve toque de maquillaje, removía su té sin mucho ánimo. A su lado, Rose degustaba con placer una pequeña rebanada de pastel de lavanda. Elías, aún en ropa de hospital, lucía cansado, pero en paz.—¿No es un milagro poder sentarse un momento en silencio? —comentó Rose, entre sorbo y sorbo—. A veces olvido lo que es tener un momento para mí.—Lo olvidé por dos días enteros —murmuró Jazmín con una leve sonrisa irónica.—Y nos tuviste en ascuas —añadió Elías mirándola con suavidad.En ese instante, las puertas del invernadero se abrieron de golpe.—¡Vaya, por fin sales de tu cueva! —dijo Amie con teatralidad, entrando con pasos ligeros pero decididos, su tono empapado de sarc

Capítulo 37La mesa redonda era de caoba brillante. Sobre ella, vajilla fina, copas de cristal y pequeños arreglos florales con orquídeas blancas. El ambiente era selecto y sofisticado, con conversaciones suaves, risas discretas y camareros sirviendo platos con precisión quirúrgica.Nathaniel Luther estaba sentado frente a Cassandra Ravenshire, y a su derecha, como si fuera una casualidad inocente, se encontraba Stella Atherton. Amie, más interesada en la comida y en examinar a los asistentes, no prestaba atención a la tensión que flotaba en el aire.—¿Disfrutas de la comida? —preguntó Nathaniel, dirigiendo la mirada directamente a Cassandra.—Sí —respondió Stella, mientras Jazmín no levantaba la vista del plato.—Te ves diferente —añadió él, con un tono más bajo.—Me veo igual que hace una semana, señor Luther —dijo bruscamente Jazmín, bebiendo un sorbo de agua sin emoción.Stella se giró hacia él con una sonrisa radiante.—Señor Luther, ¿sabía que mi padre está construyendo un centr

Capítulo 39 El calendario avanzó sin clemencia. Veintiún días. Tres semanas en las que la vida de Nathaniel Luther se transformó en una tormenta sin tregua.La rutina dejó de existir. Dormía poco. Comía cuando George lo obligaba. Y su agenda, antes impecable, ahora era una sucesión de reuniones, crisis y llamadas interminables con el mismo resultado: nada.—¿Qué más tienes de J. Queency? —preguntó Nathaniel una vez más, su voz con ese tono grave que presagiaba furia contenida.George bajó ligeramente la mirada al iPad que sostenía con ambas manos.—Nada nuevo. Todo está cuidadosamente sellado. Contratos internacionales registrados con firmas de abogados suizos. Las transferencias cruzan cinco países antes de aparecer. El nombre es legal… pero el rostro detrás de él no existe. Ningún escándalo. Ninguna fotografía. Ningún error.Nathaniel apretó la mandíbula.—Alguien se está escondiendo detrás de esa inicial… y está jugando con fuego.George asintió en silencio. Sabía que su jefe no e