El cielo estaba despejado, pero no cálido. Era uno de esos días que parecían suspendidos en una calma expectante, como si el sol mismo estuviera conteniendo el aliento. Sofía se miró una vez más en el espejo antes de salir. Había elegido un vestido sencillo de lino blanco, con mangas tres cuartos y una falda que le rozaba las rodillas. Nada llamativo, pero sí cómodo, fresco, libre.Quería sentir eso: libertad, aunque fuera prestada por unas horas, después de aquel almuerzo tan pesado con Naven.Se colocó unas sandalias bajas, recogió el cabello en una coleta floja y guardó en su bolso solo lo esencial. Respiró profundo. Le temblaba un poco la mano cuando alcanzó la perilla de la puerta.El sonido del timbre la sobresaltó. Inés fue a abrir, pero Sofía ya se adelantaba en el pasillo, su bolso colgado del hombro, decidida como quien teme que el momento se le escape.Catalina estaba ahí, con gafas de sol enormes, una sonrisa aún más grande y el brazo extendido como si esperara un salto al
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