El silencio que siguió al grito desgarrador de Elaria pareció detener el tiempo. Las hojas dejaron de crujir, el viento se congeló entre los árboles, y hasta los aullidos en la lejanía parecieron acallarse ante el poder desatado. Su piel resplandecía con un matiz plateado, y sus ojos dorados ardían como brasas encendidas por el dolor.A sus pies, el traidor temblaba, gimiendo sin poder moverse. No por miedo, sino por la presión de una fuerza ancestral que Elaria había invocado sin ser del todo consciente. Una energía dormida en su sangre había despertado por completo.Kaelan no tardó en llegar, jadeando, con la sangre de otros enemigos aún fresca en sus puños. Al ver a Elaria de pie, con las venas iluminadas como ríos de luz lunar, y al traidor postrado, su mirada se endureció, pero no de furia… sino de reconocimiento.—Elaria —susurró, acercándose despacio, como si temiera romper un frágil equilibrio—. Lo has hecho… Has despertado el alma de la Luna Roja.Ella parpadeó, como si regre
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