Los ojos de María terminaron de abrirse cuando reconoció a la señora. No podía mover su cuerpo, porque sentía como si un gran peso la aplastara. Un ligero dolor de nuca la distrajo; pero enseguida lo olvidó para prestarle atención al lugar. Por un lado, las largas ventanas cubrían todo lo largo. Su vista no podía distinguir el techo, dado que el marco superior de la cama lo cubría. Las personas se amontonaron ante sus pies. A tres de ellos recién acababa de conocerlos. Jorge, el más cercano a la puerta, se cruzaba de brazos. Con el ceño fruncido; pero no por enojo. Sino que parecía preocupado. Movía la punta de un pie, arriba y abajo, ansioso. Mientras que Elizabeth, se sujetaba los dedos de su mano, suavemente, al frente, viéndolo con una expresión de consuelo - no te aflijas, ya sabes como es el proc
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