La noche cayó como un velo de tinta sobre la aldea. Todo estaba inquietantemente en calma, como si el mundo contuviera el aliento por lo que estaba a punto de ser revelado. Thäel despertó antes del amanecer, sus ojos abiertos y luminosos, como si no necesitara dormir más. En su pecho, una luz pulsaba desde dentro.Sin decir una palabra, salió de su cabaña y caminó hacia el Árbol de las Voces. El viento lo rodeaba en espirales, los animales se apartaban con respeto, y las sombras lo seguían como un séquito invisible. Kael y Lía, alertados por su ausencia, corrieron tras él, junto con Ardan, Maelys e Ithren. Al llegar, lo encontraron de pie frente al tronco, con las palmas extendidas sobre la corteza.—Sé quién soy —dijo el niño con voz grave, más madura de lo que debía ser—. Y ya no puedo callarlo.Un estruendo sacudió el bosque. El cielo se encendió brevemente con un resplandor carmesí. Y luego, desde el corazón del árbol, emergió una figura hecha de luz:
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