Esa noche la nueva pareja se despidió a duras penas, ya que Tiberius la besó y gracias a esa caricia de despedida, deseaba llevársela con él nuevamente. –Esto hay que resolverlo pronto –decía contra su boca–, no deberíamos separarnos. –Yo…, yo también quisiera que la noche fuera eterna. –Por Dios bella mía, vente conmigo. –Hoy no puedo. –¿Mañana sí? –Mañana tampoco. –¿Estás burlándote de mí? –No, no, es que…, ay Dios, no sé hablar de estas cosas, es que no me siento muy bien y debo tomar un descanso. –No entiendo. ¿Qué tienes? ¿Cuándo te enfermaste? –Tiberius, acepta lo que te digo y no indagues más, podemos vernos mañana, por supuesto, pero tenemos que portarnos bien, ¿prometido? –¿Cómo te voy a prometer eso si ahora mismo quiero subirte al auto y llevarte conmigo? ¿No te has dado cuenta de todo lo que provocas en mí? –Sí me la doy, sin embar
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