—¡Basta! —La voz de Hesy resonó, clara y autoritaria, con el peso de su rango. El guardia se giró, sorprendido. Hesy se adelantó, sus pasos firmes y deliberados. Su presencia, la de un oficial de alto rango, era inconfundible. El guardia, un hombre corpulento, se enderezó, aunque su expresión seguía siendo desafiante.—Capitán Hesy —masculló el guardia, inclinando apenas la cabeza, el respeto a regañadientes evidente en su voz—. ¿Algún problema? Este mocoso está ocultando algo.—El problema es tu comportamiento, guardia —respondió Hesy con voz calmada, pero con una frialdad que heló el aire—. Deja al niño. Suéltalo.El guardia dudó por un momento, luego, a regañadientes, liberó al niño. Este se frotó el brazo magullado, todavía temblando, pero sus ojos, fijos en Hesy, mostraban una chispa de alivio.—Dime, muchacho —dijo Hesy, con una voz más suave, arrodillándose para quedar a la altura del niño—. ¿Qué es lo que ocultas? ¿A quién esperas?El niño vaciló, mirando de reojo al guardia,
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