Aitana no durmió mucho la noche anterior, pero esta vez no fue por ansiedad, ni por insomnio, ni por ese silencio abrumador que a veces la visitaba como una sombra. No. Esta vez fue diferente. Se quedó despierta por pura emoción, por esa chispa que nace cuando el alma intuye que algo grande está a punto de comenzar.Esa mañana, el sol entraba por la ventana como si también quisiera celebrar con ella. Se levantó más temprano de lo habitual, con la energía chispeando en su cuerpo, como si no estuviera embarazada de ocho meses, como si el mundo entero le estuviera diciendo: "Hoy es el día."Frente al espejo, se recogió el cabello en un moño alto, se puso una blusa blanca de lino que le quedaba suelta y cómoda, y se miró a los ojos. No buscaba maquillaje ni perfección. Solo quería verse a sí misma: fuerte, decidida, en paz. Luego, colocó su celular sobre el pequeño trípode improvisado en la mesa del comedor, preparó las herramientas, las luces, los esmaltes, y respiró hondo.Había llegado
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