David se presentó puntual. A las 21:00 en punto, estaba frente a la puerta de la casa de Elena. Su corazón latía con fuerza contenida, aunque en su rostro mantenía la compostura. Iba vestido de negro, como ella le había indicado en el escueto mensaje, nada más, sin preguntas, solo obediencia.La puerta se abrió sin palabras, Elena lo recibió con una mirada cargada de intención, llevaba un vestido ajustado de cuero oscuro, de tirantes finos, que dejaba su espalda completamente expuesta. Sus tacones resonaban sobre el mármol del recibidor como ecos de una sentencia. David tragó saliva al verla, pero no dijo nada, sabía que había ingresado a su mundo, y en su mundo, ella reinaba.—Desvístete —ordenó Elena, cerrando la puerta tras él.David obedeció, primero la chaqueta, luego la camisa, los zapatos, el cinturón... hasta quedar de pie, vulnerable, despojado de su armadura cotidiana.Elena se acercó, lo rodeó lentamente como una fiera inspeccionando su presa, su perfume llenaba el aire, un
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