Shopia contemplaba el techo de la lujosa habitación que aún le resultaba ajena. La tenue luz de la lámpara de cristal colgante proyectaba reflejos suaves sobre las paredes blancas e impecables. El aire era cálido—demasiado cálido. Su respiración era entrecortada. Su cuerpo temblaba, no por el frío, sino por la tormenta de emociones que ya no podía controlar.Damian estaba sentado al borde de la cama, observándola como un león que acababa de acorralar a su presa. Su mirada ardía—de deseo, de dominio. Y Shopia lo sabía: esta no sería una noche tierna.Suspiró, mitad en rendición, mitad en resistencia.—Damian… —susurró, con una voz apenas audible. Pero él solo sonrió, una sonrisa lenta, hambrienta, llena de pasión y ambición que no se molestaba en ocultar.—Esta es nuestra noche, Shopia. La noche que he esperado desde que llegaste a mí, rota y perdida. Ahora, haré que olvides cada pedazo de ese dolor.Damian no era un hombre cualquiera. Era una tormenta—feroz, impredecible y devastadora
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