El auto avanzaba lentamente por la carretera oscura, iluminada solo por las farolas que bordeaban el camino. Enzo mantenía la mirada fija en el volante, aunque sus pensamientos no podían evitar divagar. A su lado, Amatista dormía profundamente, su rostro sereno y relajado, un contraste evidente con la tensión que se palpaba en el aire. En su regazo, el cachorro descansaba cómodamente, sus ojos aún abiertos, pero claramente a gusto en su nuevo entorno. Enzo observó el pequeño ser peludo y no pudo evitar sonreír levemente. El cachorro, a pesar de no entender mucho de la situación, ya formaba parte de su mundo.La oscuridad de la madrugada parecía envolverlo todo, dándole un aire de misterio y quietud. El reloj del coche marcaba casi las dos de la mañana, y a medida que se acercaban a la mansión Bourth, Enzo sentía que algo se apoderaba de él, una sensación de inquietud que no lograba despejar. Miró a Amatista una vez más, su rostro tan tranquilo, tan despreocupado. Deseaba que ella pudi
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