—Te ves mal, Clara. ¿Puedo pasar? —dijo él, mirándola con ese aire tranquilo que conseguía sacarla de quicio.Ella no respondió. Simplemente se giró, caminó tambaleante hacia el sofá y se dejó caer sobre él como si el mundo no existiera.Gonzalo cerró la puerta y avanzó hacia la mesilla, donde la botella de vino a medio terminar parecía confirmar lo que ya sospechaba.—Siempre el mismo día… —murmuró Clara, señalando el televisor con un gesto vago—. Es muy triste. Ella al final se muere.—Gracias por arruinarme la película. —Gonzalo intentó bromear mientras se sentaba a su lado.Clara lo miró de reojo, con los ojos enrojecidos.—¿Qué haces aquí?—Quedamos en que nos veríamos hoy. —Le recordó, acomodándose en el sofá con aire relajado.—Te envié un mensaje. Te dije que no me sentía bien… puede que sea algo contagioso.Gonzalo alzó una ceja, divertido.—La borrachera no es viral, Clara.Ella bufó, y se pasó una mano por el pelo, despeinándose aún más.—Creí que te habías arrepentido, com

Clara hizo una videollamada con sus amigas, les contó todo, necesitaba que la ayuden a pensar con claridad. Gonzalo estaba alargando todo, se habrá arrepentido del trato que tenían. No entendía nada. Creyó que sería algo superficial, ligero.—Esta iba a ser mi primera aventura, desde el instituto estuve enamorada de Hugo, o eso creía, ahora lo dudo.—Lo idealizaste amiga, y él se aprovechó de ti, yo creo que no era amor, solo estabas cómoda con eso, ya sabes, por todo eso que nos inculcan: nacer, crecer, reproducirse y morir —dijo Paula.Martina soltó una carcajada.—Somos animales de costumbres, amiga, creo que el tal Gonzalo te está mostrando otra perspectiva, mientras no esperes demasiado, todo estará bien. Se nota que él no es de los que sueñan con la casita de cercas blancas, jardín delantero, un perro…—Ya te entendí Martina, yo solo quiero que me folle, no entiendo, ¿por qué tarda tanto?—Pregúntale —sugirió Paula, con la desfachatez que la caracterizaba.—Bueno, hoy me dijo qu

—De verdad que quiero verte triunfar, amigo. Pero, más que nada, quiero que lo hagas por ti, no por demostrar algo a ese panda de hipócritas. Excepto Rafael, claro. Él te quiere de verdad.Gonzalo asintió lentamente.—Ha depositado su confianza en mí, y no pienso decepcionarlo. ¿Sabes qué me dijo el otro día?—No, pero seguro que fue algo sabio.—Que el éxito en soledad no sirve de nada. Que le gustaría verme asentado con una buena mujer. Y no con alguien como Valeria. Me dijo que ella no me merecía.—Pues tiene toda la razón. Valeria y Fernando son tal para cual. Superficiales y ególatras. La pareja perfecta —sentenció Mateo.Gonzalo no pudo evitar sonreír ante el comentario. Por primera vez en mucho tiempo, empezaba a sentir que el pasado realmente podía quedarse donde pertenecía: atrás.—¿Vamos al club hoy? —preguntó Mateo.—No puedo, tengo un compromiso —respondió Gonzalo.—¿Con Clara?Gonzalo asintió.—No le hagas lo mismo que te hicieron a ti.—Solo quiero que se dé cuenta que se

—Estás mejor de lo que imaginaba —susurró, y dejó un beso en su pecho, luego lo rodeó por el cuello, acercándose a su rostro.Gonzalo le robó un beso antes de arrodillarse en el suelo entre sus piernas mientras terminaba de quitarse la camisa. Le desabotonó los vaqueros, ella se removió un poco para ayudarlo a quitarselos, él enganchó los pulgares en sus bragas y se la quitó.Ella suspiró y arqueó la espalda. Gonzalo no pudo contenerse más, se abrió paso entre sus pliegues húmedos con la lengua, con una lentitud tortuosa, de arriba abajo y de abajo arriba, saboreándola. Clara se echó, pegando la espalda al colchón, enterró las manos en la espesa cabellera de él y elevó las caderas, invitándolo a profundizar, él se concentró en su clítoris, sintiendo como este se hinchaba, ella volvió a gemir, él cogió sus manos y la colocó a los costados de su cuerpo sin abandonar lo que estaba haciendo colocó las manos sobre sus caderas sujetándola, no quería apurar las cosas, quería hacerla disfrutar

—Señor Ferraz, ¿en qué puedo serle útil? —preguntó, tratando de sonar profesional.—Necesito la propuesta para la cadena hotelera del señor Masaveu. Tengo entendido que quiere que vayamos a la sede de Ibiza. Por favor, agenda la visita para el fin de semana y reserva los vuelos.Clara frunció el ceño, ajustándose los auriculares.—¿Quiénes irán?—Por supuesto que tú y yo, ¿quién más?—¿Y yo por qué?—Porque eres mi asistente personal, no sé, digo… ¿quizás porque ese es tu trabajo?Clara rodó los ojos, agradeciendo que él no pudiera verla.—El contrato no incluye horas extra...—Clara, no seas pesada. Vamos a ir, y punto.—Lo pensaré.—Perfecto, entonces lo haré yo mismo —replicó Gonzalo, y cortó la llamada sin más.Clara se quitó los auriculares de un tirón y se levantó de su asiento, sintiendo cómo la furia le subía por el cuerpo. Con pasos decididos se dirigió al despacho de Gonzalo, empujó la puerta y la cerró con cuidado. Sin decir nada, bajó las persianas antes de sentarse frente