La noche había caído sobre el mundo con un manto de misterio y promesas. Yo estaba sola en mi habitación, rodeada por el silencio que solo los que se enfrentan a su destino conocen. Cerré los ojos y, de repente, la oscuridad se tornó luminosa, y me encontré en un lugar etéreo, más allá del tiempo y del espacio. La luz era fría y pura, como la de la luna en su fase más clara. Allí, frente a mí, apareció ella: la Reina Blanca.Su figura era imponente y delicada a la vez, envuelta en un resplandor que parecía absorber y devolver la luz en una danza hipnótica. Sus ojos me miraban con una intensidad que me hizo sentir desnuda, no solo en cuerpo, sino en alma.—Lina —su voz resonó como un eco suave y poderoso—, ha llegado el momento de que comprendas quién eres realmente.El corazón me latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho, pero también sentí una calma extraña, como si una parte de mí siempre hubiera esperado esta revelación.—¿Quién soy? —pregunté, aunque en el fondo temía
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