Don Rafael marcó varios números en rápida sucesión. Despertó a sus contactos en la policía, activó a sus investigadores privados, llamó a sus más leales empleados.—Quiero a Leonardo Santini. Lo quiero de vuelta, sea como sea —ordenó con voz grave, casi un rugido—. Registren cada carretera, cada hotel, cada lugar al que haya podido ir. Cada rastro, por insignificante que sea. Y busquen, especialmente, cualquier accidente automovilístico en las últimas horas. Necesito saber si hubo un coche coupé negro involucrado.La mansión, que minutos antes había sido un escenario de lujo y celebración forzada, se transformó en un centro de comando improvisado. Mapas, teléfonos sonando, susurros de órdenes en voz baja. Don Rafael estaba en su elemento, desplegando su poder y sus recursos. Pero esta vez, el objetivo no era expandir su imperio, sino encontrar a su hijo.La noche avanzaba en la mansión Santini, pero para Don Rafael y Catalina Fierro, el tiempo parecía haberse detenido. El despacho se
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