Me aferraba al nombre que había recuperado, "Leonardo", como un náufrago a un trozo de madera en medio del océano. Era mi única ancla, mi única certeza en un mar de olvido.Pero la niebla en mi mente no era impenetrable. Había momentos, fugaces destellos, donde algo parpadeaba en la oscuridad. Un olor a café fuerte, el sonido de tacones sobre mármol pulido, la sensación de un traje caro sobre mi piel. Eran sensaciones, no imágenes claras, pero me decían que mi vida anterior había sido muy diferente a la quietud rústica de la cabaña.Una tarde, mientras Elara preparaba una infusión de hierbas, mis ojos se posaron en un viejo periódico que Benjamín había dejado sobre una mesa. Estaba arrugado y amarillento, pero el titular de la primera plana me golpeó como un rayo: "Corporación Santini: ¿Crisis de Liderazgo tras la Desaparición de su CEO?""Santini". La palabra resonó en mi cabeza. No era solo un nombre de empresa, era... era mi nombre. Un escalofrío me recorrió la espalda, no de miedo,

El aire de la ciudad me golpeó como un puñetazo. Después de semanas en la granja, el ruido, el olor a asfalto y el ritmo frenético de Caracas eran abrumadores. Ya no era el mismo Leonardo Santini que se había estrellado en esa carretera rural. La amnesia me había despojado de mi arrogancia, de mi visión limitada del mundo. Benjamín y Elara me habían enseñado la sencillez, la resiliencia y el valor de las cosas pequeñas. Ahora, el lujo de mi vida anterior me parecía vacío.Pero la Corporación Santini era mi responsabilidad, mi legado. Y la extorsión que la estaba desangrando, la misma que casi destruye la vida de Benjamín y Elara, me quemaba por dentro. Sabía que no podía aparecer de golpe. Quien me quería fuera de juego seguía ahí, en las sombras.Mi primer paso fue discreto. Necesitaba información, no una entrada triunfal. Me alojé en un pequeño hotel lejos de las zonas de lujo, usando un nombre falso y pagando en efectivo. Desde allí, empecé a mover mis hilos, contactando a viejos co

El sol de la mañana se filtraba suavemente por las ventanas de la cabaña, pintando el suelo de madera con franjas doradas. El aroma a café recién hecho y a leña quemada llenaba el aire, una fragancia de hogar y paz que no había sentido en mucho tiempo. Me desperté acurrucada contra Leonardo, su brazo protector alrededor de mi cintura, su respiración suave en mi cabello. Por un momento, me permití olvidar el mundo exterior, las amenazas, los planes, y simplemente disfrutar de la calidez de su presencia.Elara y Benjamín ya estaban despiertos, moviéndose con una quietud respetuosa, preparando el desayuno. Su discreción era un regalo, un espacio para que nosotros dos pudiéramos sanar y reconectar. Cuando Leonardo abrió los ojos, sus pupilas oscuras se encontraron con las mías, y una sonrisa lenta y tierna se extendió por su rostro.—Buenos días, Catalina —murmuró, su voz aún ronca por el sueño.—Buenos días, Leonardo —respondí, mi corazón hinchándose de una felicidad que creí perdida.Des

La puerta se cerró suavemente detrás de nosotros, y de repente, solo estábamos Leonardo y yo. La luna entraba por la ventana, haciendo que la habitación pareciera mágica, llena de sombras suaves. Me di la vuelta y nuestros ojos se encontraron. No necesitábamos decir nada; todo lo difícil del día, el miedo, las verdades que habíamos compartido—todo eso se desvaneció. Solo éramos nosotros.Leonardo dio un paso, luego otro, hasta que estuvo justo delante de mí. Sus manos se levantaron despacio, como si tuviera miedo de asustarme, y se posaron en mis mejillas. Su pulgar me acarició la piel, y sentí un escalofrío bonito. Mis ojos, que suelen ser fuertes, ahora se sentían tan abiertos y vulnerables. Él me miraba con una entrega que me dejó sin aliento."Catalina", susurró, su voz apenas un hilo, pero llena de tanto sentimiento. Era como si me pidiera algo, me prometiera algo, y reconociera todo lo que habíamos vivido juntos.Yo no dije nada, solo incliné un poco la cabeza, apoyándome en su t

Don Rafael, por primera vez en muchos años, sintió el frío de la derrota. Cerró los ojos, intentando contener el dolor. No quería que nadie lo viera débil. Había perdido a su hijo. Leonardo, su hijo, el que siempre había sido tan problemático y a la vez tan parecido a él, se había ido. En su mente, Don Rafael ya había aceptado que Leonardo estaba muerto.Justo en ese momento, se escuchó un ruido suave en la puerta. Don Rafael no le dio importancia. Seguramente era Catalina, quien en esos días se había convertido en un apoyo inesperado, trayéndolo té o simplemente sentándose en silencio con él.La puerta se abrió despacio. Un hilo de luz del pasillo entró en la oficina oscura. Don Rafael ni se movió.—Padre…La voz. Era débil, ronca, pero inconfundible. Don Rafael abrió los ojos de golpe. Su corazón se detuvo. Miró hacia la puerta, dudando de lo que oía.Allí, de pie en el umbral, apoyado en el marco de la puerta, estaba Leonardo Vivo.Don Rafael se levantó de golpe de su silla, tan rá