La oficina de Leonardo, que ahora era mi dominio temporal, era un contraste brutal con el taller. Cristales impecables, muebles de diseño, y un silencio sepulcral que solo se rompía con el tecleo de mi ordenador. Me habían ascendido, o al menos eso decían. "Liderar el Proyecto Aurora", me encomendaron. Pero la verdad era que me habían lanzado a la boca del lobo, a un laberinto de números y documentos que gritaban problemas.

Los informes financieros eran un desastre. Transferencias irregulares, gastos inflados, y una serie de contratos dudosos. No era un error, era un patrón. La Corporación Santini estaba siendo extorsionada, y la magnitud de la operación me dejaba helada. Mi mente mecánica, acostumbrada a desarmar y rearmar, se puso a trabajar. ¿Quién se beneficiaba de esto? ¿Y cómo encajaba Leonardo en todo este rompecabezas?

Leonardo era un adorno, una figura decorativa en la cima de una empresa que no entendía y que, por lo que estaba descubriendo, no merecía. ¿Podría él estar invo