Su mirada, aguda y metódica, escudriñaba cada curva del sendero de tierra, cada montículo de hojas, cada rama quebrada. No buscaba solo un coche accidentado; buscaba la historia detrás del impacto, las huellas de un motor que había protestado o de un conductor que había luchado. Los detectives, sentados en sus vehículos detrás de ella, seguían sus indicaciones con una mezcla de respeto y desconcierto. Nunca habían trabajado con alguien que pudiera distinguir la marca de un neumático en un charco de lodo o la dirección del viento que dispersaría restos de un choque. Catalina era una mente brillante, un talento nato, que le daba valor a cada parte del motor.

"Un coche no desaparece sin dejar rastro," se repetía Catalina mentalmente. "Y si el hombre está vivo, hay una razón para su ausencia". Su mente, acostumbrada a desentrañar los misterios de la mecánica, ahora se aplicaba a la complejidad de la desaparición de Leonardo, ese hombre "mimado" del que Don Rafael había hablado. Le irritaba