La habitación estaba en silencio cuando entramos. Solo el leve crujido de la madera bajo nuestros pasos, el zumbido sutil de la calefacción, y el sonido lejano de la nieve golpeando el ventanal.Günter cerró la puerta tras de sí. No encendió la luz. Solo dejó su abrigo en el perchero y se quedó ahí, quieto, mirándome como si aún no creyera que yo estaba de nuevo frente a él.Yo avancé despacio, con el corazón tenso. No sabía si quería hablar, huir o quedarme inmóvil para siempre.—Gracias por esta noche —dije, en voz baja, apenas audible.—No me agradezcas —respondió él, dando un paso hacia mí—. Gracias por no decir que no.Nos quedamos a un metro de distancia, tal vez menos. Yo podía sentir su aliento, el olor tenue del vino caliente, de la lana húmeda y del jabón que siempre usaba. Era el mismo olor de las primeras veces. De Florencia. De las noches en las que me despertaba y él ya estaba mirándome.No sé quién se movió primero.Solo sé que, de pronto, sus manos estaban en mi rostro
Leer más