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Todos los capítulos de Mil pedazos: Capítulo 51 - Capítulo 60
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Damián Webster.Finalmente. Finalmente y de una puta vez me liberé de todas las trabas legales. Richards de una vez por todas se dió cuenta que alargar el maldito juicio me estaba haciendo perder la paciencia.No podía evitar sentirme aliviado, este era un inconveniente menos y ahora podía enfocarme únicamente en todos los problemas que tenía con mi familia... Con mi maldita esposa.He desistido, lo he hecho porque simplemente no quiero empeorar las cosas. No quiero tener que arrepentirme un día por lo que con mis manos pueda hacerle. Nunca había querido pegarle, nunca jamás en la vida ese pensamiento surco mi mente y el hecho de que hace unos días casi lo hago, me descolocó.Entendí entonces que realmente estaba mal, que ya no podía ni siquiera lidiar conmigo mismo. Las pastillas que a diario tomo, en estos días parecen no tener ningún efecto, y con el pasar de las horas, creo empeorar. Ya ni siquiera sé estar tranquilo, volví a la época en la que cualquier ruido me hacía estallar, e
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Lo perdonó. Lo perdonó.Pensé que luego de lo que vió ya no querría ni siquiera mirarlo. Pensé que se llenaría de miedo. Pero no, tan sólo bastó consolarla y pedirle disculpas para que lo perdonara.Ese simple acto me hace ver cuánto he ignorado el amor que le tiene a su padre. La conozco perfectamente, se el significado de cada una de sus muecas, puedo simplemente adivinar lo que piensa, lo que siente con solo mirarla, y sé que ver a su padre golpear a Tristán no le gustó ni un poco, que la asustó, descolocó e incluso puede que también sintiera decepción al mirarlo en un estado en el que ella jamás lo había visto.Pero lo ama tanto que no concilia la idea de estar enojada con él. Siente necesitarlo tanto, que por más que crea y este segura de que Damián se haya equivocado, no puede o no quiere enojarse, rechazarlo o simplemente ignorarlo.No lo perdonó simplemente porque él le haya pedido disculpas, ni siquiera porqué Noah haya intervenido. Lo hizo porque quiso, apesar de ser una niñ
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Damián Webster.—¡Lo quiero muerto!— grito una vez más para ver sí de esta manera logra entender lo que tanto me ha estado impidiendo hacer.— ¡Ya! ¡No después, no mañana! ¡Ahora mismo quiero ver a ese infeliz arrodillado ante mí pidiendo piedad mientras le desgarro la piel!.Niega. No se inmuta ni un poco ante mis gritos autoritarios, iracundos y demandantes. Está parado del otro lado del escritorio, camina de un lado a otro mientras niega con la cabeza, mientras intenta convencerme de que debo desistir de la idea.¡Pero no más! Ya estoy cansado de esperar, de quedarme como un maldito idiota viendo como terminan de arrebatarme a mi familia. Desde que llegamos y nos aseguramos que los niños estuvieran entretenidos en el jardín con dos de las empleadas a su cuidado, hemos estado discutiendo este tema.¡Y ya no había porqué retrasar lo que durante meses he estado conteniendome por hacer! ¡Pero él seguía tratando de convencerme para seguir retrasando todo!—No.— dice tejante, plantandose
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Mayo, 25Las arcadas estremecen mi cuerpo somnoliento y a la rapidez de la luz me levanto de la cama quintado todas las cobijas que me cubren. El frío mármol bajo mis pies es totalmente ignorado por mi cerebro, cuando en lo único que se concentra es en no vaciar mi estómago vacío en el piso.Al llegar al baño voy directo al retrete, levanto la tapa y tan pronto como quito mi mano de mis labios y abro la boca, el vómito sale a borbotones. El líquido accido quema mi garganta provocando que la sensación sea cada vez peor.Pierdo la cuenta de las arcadas al contar la tercera, y toda mi atención se centra en el jodido dolor que se instala en mis sienes. Una vez que mi estómago ya no puede devolver nada más, dejo caer mi trasero sobre el piso, mientras los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo normal e intento que el dolor en mi cabeza también se vaya.Pero esto último no sucede, mi cabeza parece querer reventar de un momento a otro. Cuando finalmente me siento más descansada, me levanto
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No responde.Me mira y nuevamente los segundos de silencio se expanden entre nosotros. Él parado del otro lado del salón con una postura descuidada, como sí lo que acabo de preguntar no le hiciera ni el más mínimo cosquilleo en las emociones.Sus ojos no se separan de los míos y en cierto momento frunce el ceño y luego lo relaja. Ladea la cabeza a su derecha y observa por un segundo a las chicas que ya no saben ni dónde esconder la cabeza por la incomodidad que de seguro han de estar sintiendo por presencial la escena.Sus ojos se vuelven a mí, me analiza con cuidado y finalmente enarca una ceja.—Creo que sabes perfectamente como fué.— dice sin ninguna emoción, con una neutralidad tan impecable que los vellos del cuerpo se me erizan. La rabia se acentúa y sólo puedo pensar en lanzarme sobre él y clavarle en el pecho un puñal, herirlo tantas veces en el mismo sitio, para que mínimamente sea consciente del dolor que me causa.— Tú estuviste allí.Me recuerda al tiempo que un millón de i
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Junio, 10Salgo del edificio con el corazón palpitando en mis oídos a causa de los nervios que no me han dejado pegar un solo ojo en toda la noche. Los guardias vestidos pulcramente con trajes negros me observan sin ningún disimulo, creyendo quizás que he metido a Mía en la diminuta bolsa dónde traigo mis cosas.Han pasado dos semanas y un día desde aquella discusión, desde la última vez que nos dirigimos la palabra. En todos estos días, las cosas seguían marchando igual; guardias custodiando el edificio a toda hora, moviéndose a cada lugar al que mi hija iba, Carmen mirándome como sí fuera la peor criminal del mundo, Mía compartiendo su cercanía con su padre y conmigo, bajo la misma regla que hace semanas el rubio interpuso.Aunque en definitiva algunos puntos de estas reglas habían cambiados. Para ser más exactos; él había bajado la guardia, metafórica y literalmente. Me había visto tan callada y quieta en las últimas semanas que quizás creyó que había desistido de la idea de irme.
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Cuelgo y silencio el celular disimuladamente, sin girarme. Me cruzo de brazos con el corazón latiendome a un millón por segundo, mientras me obligo a mantenerme quieta en mi lugar. Como sí nada pasara y sólo fuera una mujer que espera a que la lluvia cese para marcharse.A través de las puertas de cristal, puedo verla, está a una distancia de cinco metros aproximadamente. Entabla conversación con cuánta persona le pasa por el frente, pero sus ojos voltean en mi dirección cada dos segundos.Los nervios que se habían aplacado al saber a mi hija fuera de la jaula de oro que su padre había construido a su alredor, florecieron al ver a la mujer a mis espaldas.En mi cabeza parere que el cerebro se ha marchando y dejado en su lugar una bola de estambre totalmente enredada. Y es que no sé porqué esta aquí, no sé sí me ha seguido para comprobar que espero un hijo, o porque sabe que estoy por marcharme con mi hija y planea aplastar mi huída llamándole a su adoración encarnada.No tengo ni la m
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Damián Webster.El celular vuelve a sonar sobre la mesita de noche, lo ignoro una vez más y me concentro en terminar el cigarro entre mis dedos. Mis ojos se pierden en la fuerte lluvia que cae a fuera manteniendo un clima gris y melancólico.Le doy una calada más al cigarro y abro un poco la puerta corrediza de cristal que da paso a un balcón. El olor a humedad no se hace esperar y se adueña de cada rincón de la habitación blanca y fría del hotel en el que he estado en las últimas cinco horas.Doy una última calada y tiro la colilla afuera, mirando atentamente como la lluvia termina de apagarla y hacerla nada. Sonrío sin apartar la vista, evocando en mi memoria cada palabra, cada discusión, lágrima y pelea.Mis músculos se tensan al percibir la rabia e impotencia que los recuerdos producen.Tengo la vida hecha mierda.Un par de manos frías me regresan al aquí y el ahora, se pasean desde mi espalda hasta rodearme el abdomen, y la siento recostar su cabeza en mi espalda. Mi corazón se c
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Damián.Los latidos de mi corazón ensordecen mis sentidos, mi garganta está seca, no me da tregua ni siquiera para pasar un poco de saliva. Mis ojos pican, arden, mi estómago se contraé dejándome la sensación de tener en el un enorme vacío.No escucho, ni siquiera puedo mirar con claridad a la gente que camina, corre, gritan y lloran por el área de emergencias. Mi cuerpo actúa por inercia, soy yo y al mismo tiempo no lo soy.Hansel camina a unos pasos de mí, sus pasos son rápidos, casi está corriendo y yo lo sigo de la misma forma con tres guardias a mis espaldas.Amelie lo llamó, solicito su presencia y no dude en seguirlo, los guardias aprovecharon mi inmutismo y se subieron a mi auto, totalmente decididos a pasar por sobre mí sí les pedía que se bajaran. Pero no estaba para perder tiempo, y heme aquí, con ellos pisandome los talones.Estoy aturdido, mis oídos suban y no tengo idea de qué es lo que está pasando, «¡Las mataste!» su acusación no para de dar vueltas por mi cabeza, y la
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Damián Webster.Nadie dice nada, Amelie no hace más que llorar y Hansel no se despega de ella un solo segundo. Me quedo en mi lugar, mirando con atención a la mujer con bata blanca que lucha para no hacer contacto visual conmigo, mientras en mi cabeza los sentidos permanecen aturdidos.¿Prepararse para lo peor? ¡No! ¡Primero la mato a ella!La mujer sin más y con los ojos fijos en el suelo susurra un débil «lo siento» antes de emprender marcha al tiempo que hago ademán de seguirla para exigirle que me lleve al lugar dónde la tienen. Pero sin verlo venir, termino con las palmas de las manos de Hansel en mi pecho, echándome hacia atrás con fuerza.La mujer se escabulle sin darse cuenta de lo que pasa trás ella y se pierde por la misma puerta que restrigen el paso de los visitantes.Las emociones colisionan fusionándose en una sola; ira. Una rabia inconmensurable que se centra en el maldito hijo de perra frente a mí.Con rabia abofeteo sus brazos para quitar sus manos de mi pecho, y lueg
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