Damián Webster.
—¡Lo quiero muerto!— grito una vez más para ver sí de esta manera logra entender lo que tanto me ha estado impidiendo hacer.— ¡Ya! ¡No después, no mañana! ¡Ahora mismo quiero ver a ese infeliz arrodillado ante mí pidiendo piedad mientras le desgarro la piel!.
Niega. No se inmuta ni un poco ante mis gritos autoritarios, iracundos y demandantes. Está parado del otro lado del escritorio, camina de un lado a otro mientras niega con la cabeza, mientras intenta convencerme de que debo desistir de la idea.
¡Pero no más! Ya estoy cansado de esperar, de quedarme como un maldito idiota viendo como terminan de arrebatarme a mi familia.
Desde que llegamos y nos aseguramos que los niños estuvieran entretenidos en el jardín con dos de las empleadas a su cuidado, hemos estado discutiendo este tema.
¡Y ya no había porqué retrasar lo que durante meses he estado conteniendome por hacer! ¡Pero él seguía tratando de convencerme para seguir retrasando todo!
—No.— dice tejante, plantandose