Mayo, 25
Las arcadas estremecen mi cuerpo somnoliento y a la rapidez de la luz me levanto de la cama quintado todas las cobijas que me cubren. El frío mármol bajo mis pies es totalmente ignorado por mi cerebro, cuando en lo único que se concentra es en no vaciar mi estómago vacío en el piso.
Al llegar al baño voy directo al retrete, levanto la tapa y tan pronto como quito mi mano de mis labios y abro la boca, el vómito sale a borbotones. El líquido accido quema mi garganta provocando que la sensación sea cada vez peor.
Pierdo la cuenta de las arcadas al contar la tercera, y toda mi atención se centra en el jodido dolor que se instala en mis sienes. Una vez que mi estómago ya no puede devolver nada más, dejo caer mi trasero sobre el piso, mientras los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo normal e intento que el dolor en mi cabeza también se vaya.
Pero esto último no sucede, mi cabeza parece querer reventar de un momento a otro. Cuando finalmente me siento más descansada, me levanto