No responde.
Me mira y nuevamente los segundos de silencio se expanden entre nosotros. Él parado del otro lado del salón con una postura descuidada, como sí lo que acabo de preguntar no le hiciera ni el más mínimo cosquilleo en las emociones.
Sus ojos no se separan de los míos y en cierto momento frunce el ceño y luego lo relaja. Ladea la cabeza a su derecha y observa por un segundo a las chicas que ya no saben ni dónde esconder la cabeza por la incomodidad que de seguro han de estar sintiendo por presencial la escena.
Sus ojos se vuelven a mí, me analiza con cuidado y finalmente enarca una ceja.
—Creo que sabes perfectamente como fué.— dice sin ninguna emoción, con una neutralidad tan impecable que los vellos del cuerpo se me erizan. La rabia se acentúa y sólo puedo pensar en lanzarme sobre él y clavarle en el pecho un puñal, herirlo tantas veces en el mismo sitio, para que mínimamente sea consciente del dolor que me causa.— Tú estuviste allí.
Me recuerda al tiempo que un millón de i