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Junio, 10

Salgo del edificio con el corazón palpitando en mis oídos a causa de los nervios que no me han dejado pegar un solo ojo en toda la noche. Los guardias vestidos pulcramente con trajes negros me observan sin ningún disimulo, creyendo quizás que he metido a Mía en la diminuta bolsa dónde traigo mis cosas.

Han pasado dos semanas y un día desde aquella discusión, desde la última vez que nos dirigimos la palabra. En todos estos días, las cosas seguían marchando igual; guardias custodiando el edificio a toda hora, moviéndose a cada lugar al que mi hija iba, Carmen mirándome como sí fuera la peor criminal del mundo, Mía compartiendo su cercanía con su padre y conmigo, bajo la misma regla que hace semanas el rubio interpuso.

Aunque en definitiva algunos puntos de estas reglas habían cambiados. Para ser más exactos; él había bajado la guardia, metafórica y literalmente. Me había visto tan callada y quieta en las últimas semanas que quizás creyó que había desistido de la idea de irme.

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