La luna carmesí había menguado en el cielo, pero su recuerdo seguía latiendo sobre las aguas. Aún quedaban trazos de energía suspendida en la atmósfera, como si el Canto de los Tres Pueblos hubiera dejado una melodía flotando más allá del tiempo. Luminaria no solo había sobrevivido; había cambiado. Los hilos de magia que unieron corazones en el ritual no se habían deshecho. Persistían, invisibles, entre miradas, entre palabras, entre silencios compartidos.Amara se despertó antes del amanecer, con la piel aún sensible al tacto de Lykos. Él dormía a su lado, el rostro sereno y vulnerable, alejado del alfa que todos veían en los consejos de guerra. Era un hombre distinto ahora, y ella también lo era. El vínculo que los unía, revelado con fuerza durante el canto sagrado, seguía latiendo en su interior como una vibración dulce y viva. Cuando posó una mano sobre su vientre, sintió un cosquilleo, como si esa conexión mágica también llegara al pequeño ser que crecía en su interior.Se incorpo
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