CAPÍTULO 52. Que se trague su desprecio.
Se encerró en el baño y, al mirarse el rostro, notó que tenía una tonalidad más que amarilla: se veía anaranjada. Reflexionó que esa fiesta podría darle tiempo para encontrar una salida o, tal vez, aprovechar para irse desde allí. Aunque no sabía a dónde iría, no le importaba.Así que volvió a la puerta para verificar que estuviera asegurada, y luego se desnudó para tomar una ducha caliente. Hacía tiempo que no sabía lo que era bañarse con agua caliente; siempre estaba fría y tenía que echársela con un morro, considerando la cantidad, porque no podía agotarse el suministro.Luego de sentirse lista, buscó entre las cosas dentro de la maleta un vestido, hasta que dio con uno negro, cinco dedos más arriba de la rodilla. No era tan sensual en la parte de arriba, pero tampoco se vería como una anciana, y llevaba un hermoso cinturón en el centro.«Esto debería estar bien para que ese loco me deje en paz», pensó, molesta consigo misma y por la vida que la obligaba a cumplir con los caprichos
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