Paulina El jardín estaba cubierto de flores blancas.No sé quién las puso ahí. No sé cuánto tiempo había pasado desde que abrí los ojos en esta casa... Ni cuántos había pasado en esa habitación sin atreverme a mirar por la ventana. Pero ahora estaba de pie, con un vestido negro sencillo que Magda y Sofía me ayudaron a ponerme.El aire olía a romero y lavanda. No había más personas que nosotras tres, el sacerdote y Max. Un silencio se estableció entre nosotros, uno que no era incómodo, sino sagrado.Aníbal.Mi guardián. El único que había visto más allá de las heridas y no preguntó, solo sostuvo. El único que, hasta el final, me miró con respeto.Las palabras del sacerdote se perdían en el viento. No podía mirarlo a él, ni a Max, que estaba justo al frente, con la mandíbula apretada y las manos detrás de la espalda.Me quedé parada, sintiéndome fuera de lugar y, al mismo tiempo, como si tuviera que estar ahí.Magda me tomó de la mano. Me sonrió con dulzura, como una madre que enti
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