El alta llegó dos días después. Los médicos dijeron que Rocío podía seguir su recuperación en casa, siempre que estuviera acompañada, tranquila, y tomara su medicación.Pero la tranquilidad no se podía recetar.Desde su regreso, Rocío apenas hablaba. Pasaba las horas encerrada en su habitación, con las cortinas cerradas, sin tocar el celular ni abrir un solo libro. Tomaba las pastillas, pero no probaba bocado.Esa tarde, Mateo salió del cuarto con la bandeja de comida en las manos. No le había tocado nada. Ni el arroz, ni la fruta, ni el té.En el pasillo, la nana se cruzó con él. Al ver la bandeja, no necesitó que le dijeran nada.—¿No ha comido? —preguntó, aunque esto sonaba más a una afirmación.Mateo negó con la cabeza.—Ni una sola cucharada —murmuró.Ella se acercó a la puerta de la habitación y se detuvo un momento antes de entrar.—Déjame a solas con ella —le dijo.Mateo asintió y se alejó en silencio.La nana entró sin anunciarse. Rocío estaba acostada, de lado, mirando hacia
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