59. La dualidad del hogar
HORAS ANTES: CASTILLO WOLFCRESTSarah yacía a su lado en la amplia cama que compartían, con cada uno reclamando silenciosamente su territorio definido: ella en un extremo, él en el otro. Con los primeros rayos del sol entrando por las ventanas del castillo, Malcolm se incorporó cuidadosamente. Sus movimientos, aunque medidos, no pasaron desapercibidos para la loba, quien percibió su ausencia inmediata, pero decidió ignorarla, hundiéndose nuevamente en el cálido abrazo del sueño.El rocío matutino que caía en Altocúmulo aún cubría los jardines del castillo cuando Malcolm, ya aseado y vestido, regresó a la habitación. Se detuvo junto al lecho donde Sarah continuaba descansando y pronunció con voz serena:—Me voy a la casa de entrenamiento —anunció, observando cómo su esposa se giraba entre las sábanas para mirarlo.Los ojos de Sarah, que no estaban tan pesados por el sueño, se enfocaron en él mientras fruncía levemente el ceño.—No puedes quedarte allá durante días, Malcolm —respondió el
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