EmilyHay días en que siento que Daniel camina por los pasillos de esta casa. Su presencia es como una niebla que se cuela por debajo de las puertas, que se adhiere a las paredes y que impregna cada objeto que alguna vez tocó. A veces, cuando estoy sola en la habitación que ahora comparto con Christopher, me parece escuchar su risa, ese sonido cristalino que siempre me hacía sonreír incluso en los peores momentos.Esta mañana, mientras acariciaba mi vientre cada vez más abultado, sentí una patada tan fuerte que me sobresalté. Tres vidas crecen dentro de mí, tres pequeños seres que nunca conocerán a su verdadero padre. La idea me golpeó con tanta fuerza como esa patadita, y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas sin que pudiera contenerlas.—Daniel debería estar aquí —susurré a la habitación vacía—. Debería ser él quien sintiera estas patadas, quien me acompañara a las ecografías, quien pintara la habitación de los bebés.Me levanté con dificultad y me acerqué al pequeño joye

EmilyEl dolor me despertó en mitad de la noche. Un dolor agudo, punzante, que me atravesó el vientre como una daga. Me incorporé de golpe, jadeando, con las manos aferradas a mi abultado abdomen. Estaba empapada en sudor frío."No, por favor, no", susurré en la oscuridad. "Todavía no es tiempo".Apenas había cumplido siete meses de embarazo. Era demasiado pronto para que mis bebés vinieran al mundo. Intenté respirar profundamente, convenciéndome de que solo era una falsa alarma, una de esas molestias normales del embarazo múltiple que la doctora Ramírez me había advertido. Pero entonces llegó otra punzada, más intensa que la anterior, y sentí algo húmedo entre mis piernas.Con manos temblorosas, encendí la lámpara de la mesita de noche. Las sábanas estaban manchadas de sangre.—¡Christopher! —grité, con el pánico atenazándome la garganta—. ¡Christopher!Escuché sus pasos apresurados por el pasillo antes de que la puerta se abriera de golpe. Su rostro, normalmente compuesto, se transf

EmilyEl sol se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Emily despertó. Instintivamente, su mano buscó el otro lado de la cama, pero Christopher no estaba allí. Desde aquella noche en que habían compartido algo más que un techo, las cosas habían cambiado entre ellos. No de manera evidente para los demás, pero sí en los pequeños gestos, en las miradas furtivas, en el roce accidental de sus manos durante la cena.Emily se incorporó lentamente, acariciando su vientre abultado. Los trillizos se movían con más frecuencia ahora, como si quisieran recordarle que el tiempo seguía avanzando inexorablemente. Siete meses de embarazo. Siete meses desde que Daniel se había ido para siempre.Daniel. Su nombre ya no provocaba ese dolor agudo que solía paralizarla. Ahora era más bien una nostalgia dulce, el recuerdo de un amor que había sido real pero que pertenecía al pasado. Y eso la aterraba. ¿Estaba traicionando su memoria al permitirse sentir algo por Christopher?—Buenos días —la voz

EmilyLa lluvia golpeaba contra los cristales como si quisiera romperlos. Me quedé inmóvil frente a la ventana, observando cómo las gotas dibujaban caminos erráticos antes de desaparecer. El cielo estaba completamente negro, sin una sola estrella que ofreciera consuelo. Como mi alma en ese momento.Los bebés dormían. Había logrado que los tres conciliaran el sueño al mismo tiempo, un pequeño milagro en medio de la tormenta que era mi vida. Mis dedos acariciaron instintivamente mi anillo de bodas, ese símbolo de un pacto que cada día se volvía más confuso.Christopher no había vuelto a casa en dos días. Después de nuestra última discusión, simplemente se había marchado con una maleta pequeña y un "necesito pensar". Yo me había quedado allí, con tres bebés, un corazón roto y demasiadas preguntas sin respuesta.El sonido de la puerta principal abriéndose me sobresaltó. No me giré. Sabía quién era. Sus pasos, lentos y pesados, resonaron en el pasillo hasta detenerse en el umbral de la hab

EmilyEl gel frío sobre mi vientre me provocó un escalofrío. Respiré hondo mientras la doctora Ramírez deslizaba el transductor sobre mi piel estirada. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz azulada de la pantalla que pronto nos mostraría a nuestros hijos.—Vamos a ver cómo están estos pequeños —dijo la doctora con una sonrisa cálida.Sentí la mano de Christopher entrelazarse con la mía. Sus dedos, firmes y cálidos, me anclaban a la realidad cuando todo parecía flotar en un sueño. Nunca imaginé que estaría aquí, con él, esperando ver a los hijos de Daniel... nuestros hijos ahora.De repente, la habitación se llenó con un sonido rítmico y acelerado. Un tamborileo constante que parecía multiplicarse y superponerse.—Ese es el primer corazón —señaló la doctora, ajustando el transductor—. Y aquí... —movió ligeramente el aparato— está el segundo. Y... —otro movimiento sutil— aquí está el tercero. Tres corazones fuertes y saludables.Tres latidos. Tres vidas creciendo d