**KLAUS**La mañana era limpia, el cielo de un azul sereno que se reflejaba en los ventanales altos de mi estudio. Desde la galería, el jardín parecía un cuadro detenido en el tiempo. Me serví un café —negro, fuerte, como me gustaba— mientras contemplaba la silueta de Úrsula, de pie junto al ventanal, absorta en las flores, como si pudiera entenderlas. Era hermosa. A su modo, una criatura salvaje que empezaba a acostumbrarse a la jaula dorada que con tanto esmero había construido para ella.—Úrsula —dije con voz suave, casi casual, como quien arroja una piedra al lago para observar las ondas—. He estado pensando. Que ya es hora.Ella giró lentamente, sus ojos inquisitivos, aun con esa chispa de desconfianza que tanto me intrigaba. —¿Hora de qué, Klaus?—De anunciarlo al mundo. Que sepan lo que somos. Lo que eres. Mi esposa. No como un rumor entre sirvientas, sino con nombre, anillo y apellido. Quiero que lo escuchen de mi voz. De la tuya.Vi cómo bajaba la mirada, el gesto tenso, como
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