—¿Sabes lo que voy a hacer ahora, Darina? —La voz de Alondra se volvió más grave, casi serpenteante—. Voy a destruirte. Prepárate para el infierno, porque te juro… te juro que vas a rogar por la muerte.Darina, atada de manos, temblaba. Sentía que estaba atrapada en una pesadilla, una de esas en las que gritas y nadie escucha, en la que corres y el suelo se deshace bajo tus pies. Quiso hablar, defenderse, pero el miedo le cerraba la garganta como una soga invisible.Uno de los hombres que estaba junto a Alondra dio el primer golpe. Fue seco, brutal, directo al estómago. Darina se dobló de dolor, jadeando, mientras otro golpe le alcanzaba el rostro. Todo le daba vueltas. Un sabor metálico llenó su boca.—¡Por favor! ¡Basta! —suplicó, su voz quebrada.Alondra sonriò con maldad y luego se fue dejando atrás la terrible escena.Pero ellos no se detuvieron. Sus cuerpos pesados la rodeaban como sombras, lanzando golpes con odio, con saña, como si su sufrimiento fuera el combustible de una ven
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