En la camilla, los ojos de Olivia permanecían cerrados, vacíos, como si se hubiera desconectado de su propio cuerpo. La luz fría del hospital le golpeaba la piel pálida y los monitores emitían un pitido constante que marcaba un ritmo ajeno a ella, un mundo que parecía seguir girando sin ella.Se sentía como una muñequita rota, un simple objeto en manos ajenas. Como si alguien más dirigiera cada movimiento de su cuerpo, mientras su alma vagaba perdida en un mar de confusión y miedo. Esa sensación la había perseguido toda la noche, desde aquel instante terrible en que decidió sellar su destino con sus propias manos, lastimando a Octavio Darson en un intento desesperado por proteger a su familia.A pesar de que su mente le repetía una y otra vez que había hecho lo necesario para salvar lo que amaba, la culpa la devoraba. Se sentía sucia, corrupta por dentro y por fuera, como la peor de las mujeres, una sombra de sí misma. Las lágrimas rodaban silenciosas por sus mejillas, calientes y amar

Al salir del hospital, la tensión entre Tamia y Samuel estalló como una tormenta contenida.—¡No te metas en mis asuntos, madre! —rugió Samuel, con los ojos encendidos por una mezcla de rabia y desesperación.Tamia lo tomó del brazo, intentando hacerlo entrar en razón a su manera, como siempre lo había hecho.—¡Samuel! ¡Te estoy ayudando! Ese niño no es tuyo. ¡No arruines tu vida asumiendo una paternidad que no te corresponde!Pero su tono, más que protector, era controlador, venenoso.Samuel giró con brusquedad y la sujetó con fuerza por el antebrazo. Sus dedos temblaban de impotencia.—¡Te lo advertí, madre! No te metas en mis decisiones, y mucho menos con Olivia. ¡No quiero volver a verte si sigues así!Tamia lo miró boquiabierta, atónita. Su hijo, su niño obediente, el que siempre doblaba la cabeza ante su voluntad, la estaba echando de su vida con una frialdad que le heló los huesos.—¡Basta! —gritó una voz grave detrás de ellos.Era el padre de Samuel, que había guardado silencio

Luciana conoció al bebé casi un mes después de su nacimiento, cuando ya estaba por llegar a su séptimo mes de embarazo.Durante todo ese tiempo, evitó visitarlo por precaución, temía que el pequeño Abraham pudiera enfermarse si algo le pasaba a ella o si llevaba algún virus.Había sido difícil esperar tanto, la ansiedad la consumía por dentro, pero lo hizo por amor.Y cuando al fin pudo sostenerlo en sus brazos, su corazón pareció detenerse un segundo.Lo cargó con sumo cuidado, como si fuera de cristal. Abraham era tan pequeño, tan cálido, con esos ojos claros que brillaban como el cielo limpio de un día sin nubes.Luciana no pudo evitar sonreír, mientras sentía que una oleada de ternura le llenaba el pecho. Su propia barriga se movió levemente, como si sus bebés dentro de ella también respondiera a esa emoción.—Es perfecto —susurró Luciana, casi en un sollozo ahogado de felicidad.Paulina la observaba desde el sofá con una expresión serena, conmovida al verla tan emocionada.—¿Ya sa

La tarde era cálida, el sol acariciaba la inmensa mansión Darson con una luz dorada que parecía bendecir cada rincón decorado con mimo. Globos pastel en tonos de amarillo, azul, rosado y beige flotaban suavemente con la brisa. El jardín había sido transformado en un paraíso encantado para celebrar el baby shower de Luciana, la revelación del género de su bebé… o eso creían todos.Marfil había supervisado cada detalle, asegurándose de que la celebración fuera perfecta. Flores colgantes, centros de mesa con ositos, guirnaldas de papel y pequeñas nubes decoraban el lugar. Era imposible no sentirse contagiado por la emoción. Todos los invitados charlaban animadamente, comiendo bocadillos exquisitos y participando en juegos divertidos organizados por el staff. Pero bajo la alegría, también había una tensión dulce: la expectativa. Nadie, absolutamente nadie sabía si Luciana tendría un niño o una niña. Solo ella y Octavio guardaban el secreto… junto con el equipo encargado del gran anuncio.L

Octavio llegó al hospital con el corazón en un puño, los nervios a flor de piel y la mente hecha un caos. Jamás en su vida había sentido tanto miedo.Todo se desmoronaba a su alrededor en un instante que debía ser perfecto. Luciana estaba por dar a luz, pero no era el momento.Faltaba una semana, una larga semana en la que él había planeado cada detalle, desde el itinerario del hospital hasta la ropa de los bebés.Y, sin embargo, todo se había adelantado. Su mujer, su vida, la madre de sus hijos, había roto fuente sin aviso, sin señal, sin misericordia.Corrió por los pasillos con el alma encogida. Las luces frías del hospital lo envolvían en una atmósfera aséptica que contrastaba violentamente con su caos interno. Su respiración era agitada, su pecho dolía, sus piernas temblaban. Al llegar al mostrador, apenas pudo hablar:—¿Luciana Darson? ¡Mi esposa! Está a punto de dar a luz… ¡Díganme dónde está! —exclamó asustado y desesperado, quería ver a su esposa, y saber que estaba bien.La e