Cuando Olivia volvió a casa esa tarde, el aire parecía más denso, como si el mundo hubiese cambiado en unas pocas horas.Su padre la esperaba en la sala, nervioso, con los ojos desorbitados como si la ansiedad lo hubiera devorado desde el momento en que ella cruzó la puerta.Tuvo que explicarle con calma que su madre regresaría después, que no había nada grave, que simplemente se había demorado. Pero las palabras le salían trabadas, forzadas, como si cada una llevara el peso de la amenaza que acababa de recibir.Su padre asentía, pero su rostro decía otra cosa. Estaba asustado.Lo notaba en la forma en que fruncía los labios, en la manera en que se frotaba las manos una y otra vez. Aun así, logró calmarse, tal vez por el tono dulce de Olivia o porque prefería engañarse creyendo que todo estaba bien.Esa noche, sin embargo, el silencio en la habitación fue insoportable. Olivia se recostó en la cama, pero no pudo dormir.Las sábanas parecían frías, ajenas, como si ya no pudiera sentirse

Se apartó de ella como si le quemara. Olivia lo miró sin decir nada, con el alma hecha pedazos.Su mentira había sido lanzada, y ahora flotaba entre ellos como una serpiente venenosa, y silenciosa, lista para envenenar lo poco que quedaba en pie.—Lo siento… —repitió ella, casi en un susurro, mientras apretaba las sábanas contra su pecho con manos temblorosas—. Yo tampoco recuerdo todo… solo… sé que no fue su culpa. Nadie podía resistirse a lo que nos pusieron en las bebidas.Octavio cerró los ojos con fuerza, deseando borrar todo. No recordaba nada, Pero no podía negarlo, no cuando ella lo confirmaba.La mentira era cruel, más cruel que cualquier castigo externo. Una mezcla de rabia, repulsión y asco le subió desde el estómago como una ola ácida. Pero el blanco de esa furia no era ella. Era él.Se sintió sucio. Débil. Traidor.Las palabras de Olivia retumbaban en su cabeza, girando sin descanso.Ella siempre le mostró ser tan fiel, no podía dudar de ella, no la creía capaz de algo tan

Olivia temblaba. Su cuerpo entero tenía miedo.Los labios le temblaban, el pecho le subía y bajaba con dificultad, como si respirar doliera. Frente a ella, Samuel la observaba con una sonrisa oscura.—¿Por qué eres tan cruel? —soltó al fin, con la voz rota, apenas un susurro—. Dices que amas a Luciana… pero eso no es amor. Cuando amas a alguien, solo quieres verla feliz. Tú no sabes amar… ¡Tú solo sabes destruir!Samuel frunció el ceño, como si aquellas palabras lo hubieran herido, sintió una pisca de culpa.Pero, se dijo a sí mismo que todo lo hizo por amor.—¡Cállate! —espetó con furia, tomándola con fuerza del brazo—. No tienes idea de lo que dices. ¡Haz lo que te digo o te destruiré! A ti… y a tus padres.El mundo de Olivia se quebró en ese instante. Sus piernas flaquearon.Sus ojos se llenaron de lágrimas que no podía controlar. El miedo era tan profundo que casi podía saborearlo en la garganta. Era un nudo de desesperación que la hacía temblar de pies a cabeza.—¿Por qué...? —ba

Lynn apenas colgó la llamada.Quince minutos después fue cuando Marfil llegó a toda prisa, jadeando, con el rostro lleno de angustia.El mensaje había sido urgente, alarmante. Apenas cruzó la puerta del hospital, lo vio. Su hijo. Octavio, su hijo, el hombre que una vez sostuvo con manos temblorosas la primera vez que lloró.Ahora estaba hundido, desplomado en una banca del pasillo, con los codos sobre las rodillas y el rostro entre las manos.—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó con voz entrecortada.Octavio alzó la vista. Sus ojos estaban rojos, hinchados, como si llevara horas llorando. Su rostro, habitualmente altivo, se veía roto.—Mamá... —susurró.—Hijo, dime, ¿qué ocurre? —se arrodilló frente a él, tomándole el rostro—. Háblame, por favor.—¡Fallé! —gritó de pronto, cubriéndose el rostro con desesperación—. ¡La lastimé! ¡Fui un imbécil!—¿De qué estás hablando?—A Luciana... la traicioné. Fui infiel.El mundo de Marfil se detuvo.Era como si una ráfaga helada hubiera pasado por su

Luciana sentía que el aire le faltaba. Su pecho se contraía de forma insoportable, como si su alma estuviera atrapada en una jaula invisible.Había pasado la noche sin dormir, con la mirada fija en el techo del hospital, deseando que todo aquello fuera solo una pesadilla más. Pero no lo era. El intento de suicidio de Octavio era real. El dolor era real.Lynn, al verla al borde del colapso, se ofreció a salir a buscar información. Luciana asintió débilmente.En cuanto la puerta se cerró tras su madre, se sentó en la cama y trató de ponerse de pie. No podía quedarse allí. Tenía que verlo. Tenía que entender por qué. Tenía que saber si aún había algo que salvar.Entonces la puerta se abrió de golpe.Olivia estaba allí.Luciana se quedó congelada. Su estómago se revolvió. Ver a esa mujer, la causa de todo su sufrimiento fue como recibir una puñalada en el corazón.—¡¿Qué haces aquí?! —espetó con una furia contenida que comenzaba a hervirle por dentro.Olivia temblaba. Estaba pálida, con l