Olivia se quedó en silencio por varios segundos, paralizada.El ambiente estaba impregnado de un olor extraño, una mezcla entre el perfume masculino de Octavio y el sudor de su propio miedo. Las luces tenues del pequeño apartamento no lograban disimular el temblor de sus manos ni el temblor en su alma.Miró a Octavio recostado en el sofá, con los ojos cerrados, respirando con dificultad, completamente indefenso. No había marcha atrás.—Lo siento… —susurró, pero su voz apenas fue un eco quebrado.Se acercó a él con movimientos torpes, obligándose a actuar con una frialdad que no sentía.Lo primero que hizo fue desabotonar el saco. Cada botón que soltaba era una daga hundiéndose en su pecho.Quería vomitar. El asco no era por él, ni siquiera por el acto en sí, sino por ella misma. Por lo que estaba a punto de hacer. Por lo que había permitido que la obligaran a hacer.“Esto es solo un teatro”, se repitió. “No le voy a hacer nada… Solo fotos. Solo eso…”Pero incluso las palabras con las q

El amanecer apenas teñía el cielo de tonos anaranjados cuando Olivia abrió los ojos de golpe.El silencio de la habitación le resultó ensordecedor, como si gritara lo que ella no podía decir en voz alta.El cuerpo de Samuel seguía tibio a su lado, inmóvil, ignorante del temblor que recorría cada fibra de su ser. Con un impulso casi visceral, se apartó de él. No podía soportar un segundo más allí.Se vistió con torpeza, sin mirar atrás, sin recoger nada. Solo quería huir, como si al dejar esa habitación pudiera arrancarse el peso que oprimía su pecho.Salió corriendo del edificio, sintiendo que el aire frío de la mañana castigaba su piel como un juicio divino. Cada paso retumbaba en su mente como un eco de culpa.Al llegar a casa, lo primero que hizo fue buscar con la mirada a su madre. La vio dormida, envuelta en una manta junto a su padre, como si el mundo aún fuera seguro. Aquella imagen, aunque tenue, le trajo un efímero consuelo. No todo estaba roto. No todavía.Fue directo al baño

—¡Eres un monstruo! —gritó Luciana, con los ojos bañados en lágrimas mientras retrocedía como si él fuera veneno—. ¡Un cobarde! ¡Me juraste que me amabas! ¡Me mentiste en la cara! ¡Era todo falso!Su voz quebrada retumbó en el pasillo, rasgando el corazón de Octavio.—¡No, Luciana, escúchame! —suplicó él, dando un paso hacia ella con la voz rota, como si cada palabra le doliera en los huesos—. Fue un error... una locura... ¡Estábamos drogados! No sabía lo que hacía…—¿Drogados? —repitió ella con sarcasmo, riendo amargamente—. ¡Qué excusa más patética! ¡Tan conveniente! ¡Tan cobarde! —Sus labios temblaban mientras hablaba—. Estoy embarazada, Octavio. ¡Voy a tener un hijo tuyo! Y tú… tú... me traicionaste de la forma más baja. ¡Nunca te voy a perdonar!Luciana se llevó una mano al vientre con desesperación, como si pudiera formar un escudo alrededor de su bebé, como si pudiera protegerlo del dolor que le estaba desgarrando el alma. Sentía que el mundo se desmoronaba bajo sus pies.—¡No t

Cuando Olivia llegó a casa, el peso del mundo se desplomó sobre sus hombros. Apenas cruzó el umbral de la puerta, sus piernas cedieron, como si todo su cuerpo se negara a sostener el dolor que llevaba dentro.Cayó de rodillas en la sala, las manos temblorosas, la mirada perdida, y un sollozo contenido que finalmente se liberó como un torrente.Sus padres, sentados en el sofá, se incorporaron de inmediato, alarmados. Su madre corrió hacia ella, y su padre se acercó con el rostro lleno de preocupación.—¡Olivia! —exclamó su madre, arrodillándose junto a ella—. ¿Qué pasó? ¿Estás herida?Su padre la tomó por los hombros, intentando calmarla.—Hija, míranos. Háblanos, por favor.Olivia no podía hablar. Tenía un nudo en la garganta tan espeso como el miedo que le había oprimido el pecho durante días. Las palabras le pesaban más que la culpa, más que la vergüenza, más que el horror de revivir lo que había vivido.—No… no puedo… —susurró con voz entrecortada—. Es demasiado…—Claro que puedes —

Luciana miró a Olivia como si no pudiera reconocerla, como si de pronto fuera una extraña, una sombra distorsionada de lo que alguna vez fue una persona que conocía.El corazón le latía tan fuerte que sentía que iba a estallarle en el pecho.Y sin pensarlo, impulsada por el dolor, la impotencia y el veneno de la traición, la abofeteó con fuerza. El sonido seco del golpe retumbó en la habitación como un trueno, haciendo temblar el aire.Olivia cayó al suelo, soltando un sollozo que parecía brotar desde lo más profundo de su alma.—¡Golpéame, por favor! ¡Lo merezco! —gimió entre lágrimas, sin levantar la vista.Luciana retrocedió un paso, desconcertada, temblando de ira y confusión.La miró con los ojos desorbitados, como si estuviera contemplando un fantasma, una visión infernal que no podía ser real.—¿Por qué? —susurró primero, con voz apenas audible—. ¿Por qué lo hiciste, Olivia? ¡¿Por qué me traicionaste así?!Olivia alzó el rostro bañado en lágrimas. La vergüenza le cubría el cuerp