Luciana sentía que el aire le faltaba. Su pecho se contraía de forma insoportable, como si su alma estuviera atrapada en una jaula invisible.

Había pasado la noche sin dormir, con la mirada fija en el techo del hospital, deseando que todo aquello fuera solo una pesadilla más. Pero no lo era. El intento de suicidio de Octavio era real. El dolor era real.

Lynn, al verla al borde del colapso, se ofreció a salir a buscar información. Luciana asintió débilmente.

En cuanto la puerta se cerró tras su madre, se sentó en la cama y trató de ponerse de pie. No podía quedarse allí. Tenía que verlo. Tenía que entender por qué. Tenía que saber si aún había algo que salvar.

Entonces la puerta se abrió de golpe.

Olivia estaba allí.

Luciana se quedó congelada. Su estómago se revolvió. Ver a esa mujer, la causa de todo su sufrimiento fue como recibir una puñalada en el corazón.

—¡¿Qué haces aquí?! —espetó con una furia contenida que comenzaba a hervirle por dentro.

Olivia temblaba. Estaba pálida, con la