LÍASiete en punto. El reloj del pasillo marcó la hora con un clac tan estridente que casi me hizo volver sobre mis propios pasos. Inspiré hondo, repasando mi pequeño discurso mental “Sea profesional, pida el adelanto con firmeza, no piense en cómo le queda la chaqueta ni en los hoyuelos cuando sonríe.” Fácil en teoría, pero en la práctica mis pensamientos sucios por él, eran los que predominaban.— Lía, seriedad, por favor —. Me decía a mí misma como una plática motivacional—. Necesitas el dinero y él te debe más de la mitad de la quincena, que, por cierto, es eterna.Tomé aire y empujé la puerta de la Sala de Prototipos. Lo encontré de espaldas, traje azul marino, mangas remangadas y ese aire de CEO que parece nacer con él. Sobre la mesa brillaba el nuevo juguete de la compañía y mis ojos brillaron como los de una niña con un helado: un guante háptico conectado a un tablero de sensores, diseñado para controlar un brazo robótico de montaje fino. El brazo, sin embargo, estaba inmóvil,
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