EMILIAFue un error dejar que me besara. Un error delicioso, ardiente, devastador. Así eran sus besos y yo ansiaba por sentirlos, por devorarlos, porque en cuanto sus labios tocaron los míos, mi cuerpo olvidó todas las razones por las que no debía ceder.Me estampó contra la pared con esa seguridad dominante que tanto odiaba y tanto deseaba. Sus manos, firmes en mi cintura, parecían tener memoria propia, como si recordaran cada centímetro de mi piel, cada temblor que me provocaba su toque. Su boca se movía con hambre. No era un beso tierno. Era una maldita declaración de poder.Y lo peor es que me sentí a salvo, ridículamente protegida por él.Como si, en medio del caos que me rodeaba, él fuera el único lugar donde podía bajar la guardia sin miedo a romperme.Su lengua acarició la mía, y el aire se volvió innecesario. Mis manos, las traidoras, se aferraron a su camisa. Tiré de ella, necesitaba sentirlo más cerca, como si pudiera fundirme en él y desaparecer.— Jo**der, Emilia —. Susur
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